RECOGIMIENTO: TEMORES - ORACIÓN PODEROSA: LA ORACIÓN MENTAL, OÍR A DIOS

Oración de la mañana y oración de la noche para oír a Dios con seguridad mediante el recogimiento y la confianza en la Divina Misericordia. Francisco José Crespo Giner, numerario del Opus Dei.

RECOGIMIENTO: TEMORES


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      El miedo interfiere en gran medida la recepción de los mensajes divinos, porque siempre miente y se equi­voca. Es un guía ciego e insensato que trata con des­precio y crueldad a sus aliados. Obstaculiza incluso la cordura con que deberíamos elaborar nuestras interven­ciones en esta sagrada conversación de la que tratamos. Cuando Jesús se transfigura en el Monte Tabor, y la cima en la que oran evoca un lugar de otro mundo, "Pedro, tomando la palabra, le dice a Jesús: «Maestro, qué bien estamos aquí; hagamos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Pues no sabía lo que de­cía, porque estaban llenos de temor" [1].

      No se trata de un hecho aislado. Todo el Evangelio recoge cómo Jesús habla con firmeza para que recha­cemos nuestro miedo: No temas, tan solo ten fe [2], dice a Jairo, el jefe de la sinagoga, cuando le informan de que su hija había muerto. No temas; desde ahora serán hom­bres los que pescarás [3] tranquiliza a Pedro, estremecido ante la asombrosa redada. A vosotros, amigos míos, os digo: No tengáis miedo... [4], como quien transmite un se­creto vital, les susurraba a sus discípulos, ante una mu­chedumbre expectante. Y es que el efecto devastador del miedo en cualquier tarea se minusvalora muchas veces. No temas, no tengáis miedo...; tanta insistencia de Jesús no es casual. Tal vez apremie de ese modo porque ten­demos a imaginar que se trata de una cautela útil solo para soldados de élite u oradores famosos, mientras que al resto nos afecta poco o tiene trascendencia limitada. No es así en absoluto. El miedo afecta al espíritu y a cuantas cualidades humanas queden a su alcance. Su perjuicio es tal que, si las circunstancias lo permitieran, compensaría detenerse a expulsarlo siempre sin con­templaciones, incluso posponiendo, cuando sea posible, el comienzo de cualquier actividad hasta haberlo logra­do. Esta espera para rechazar la inquietud la observé hace tiempo en un conocido. Una veintena de jóvenes de trece a dieciséis años juegan en las pistas deportivas municipales. En un momento dado, uno de los presentes increpa a los que todavía no han concluido el partido.

        一Habíamos quedado en que, quien encajaba un gol, salía del campo ¿por qué continuáis aún ahí?
        一Pues porque no acordamos eso, sino que cambiá­bamos a la media hora.
     一Comienza el conflicto. Uno de ellos, de etnia gita­na, recurre a sus hermanos mayores, para que acudan a ayudarles. Ante esta maniobra, un muchacho de raza árabe iguala las fuerzas llamando a los jóvenes más robustos de su pandilla. Como aumenta el tono de la discusión, el grupo de ecuatorianos hace lo propio y convoca a sus amigos y parientes. Con los primeros em­pujones e insultos, algunos avisan a sus padres, que se suman a la disputa. La tensión crece. Aparecen varias navajas. Otros rompen botellas y las empuñan. A fin de evitar heridos, uno del gentío plantea la posibilidad de que alguien independiente sea el que solucione el con­flicto, y menciona a Antonio, el director de un centro de formación profesional cercano, y a él acuden buscando justicia. Cuando éste ve entrar a la muchedumbre arma­da, pregunta el motivo. Un gitano alto que ronda los 40 años, toma la palabra.
      一Mi hijo y sus amigos jugaban tranquilamente has­ta que a estos -dirigiéndose a los sudamericanos- les dio por echarles del campo de fútbol.
       一¡Eso es mentira! -intervino un ecuatoriano-. La pista deportiva se usa por turnos y no hay modo de que vuestros niños salgan de allí.

      Todos hablan en voz alta. Antonio evita involucrar­se. Acostumbrado a rezar, especialmente en los momen­tos difíciles, no quiere decantarse mientras continúen tan vivos sus temores. Para atenuarlos, pide ayuda a Dios y que le inspire. Se pone en el centro del círculo y solicita la palabra con los brazos, hasta que le observan atentamente.

       一¡Abraham nunca dio la razón a ninguna de las doce tribus de Israel! Así que, todos a casa.

       Su breve discurso actúa como un bálsamo al no emitir juicio alguno, lo que hubiera enardecido los áni­mos con efectos impredecibles. Además, ha opinado en el tono correcto; sin imposiciones, pero con la autoridad necesaria para disipar un conflicto tan banal. El respeto que se le tenía en el barrio creció con rapidez, incluso entre personas totalmente desconocidas.

      Cuando días más tarde, roban una bicicleta en las instalaciones del centro educativo, Antonio visita al pa­triarca gitano, y éste le asegura que descubrirá al res­ponsable. A las pocas horas, aparece un señor con la bi­cicleta, y pide disculpas por haberla cogido sin permiso.

      Es una muestra más de las ventajas del abandono en las manos divinas como antídoto contra el temor y refuerzo de la certeza, porque el hecho de inclinarnos por ese acto confiado representa ya una prueba clara de la actividad de Dios en el alma atribulada a la que quiere hablar. Según dos autores espirituales contem­poráneos, "el intento vital de buscarle, de encontrarle y de amarle [5] -de conocer su Voluntad para ponerla por obra del mejor modo posible, de anhelar su respuesta y de abandonar todo en sus manos- no es un acto unila­teral. Es un verdadero "diálogo con Dios" y lo llamamos oración" [6]. Es decir, mediante la confianza en el Señor, evitamos el peligro de actuar solos, de hablarnos a no­sotros mismos durante esas conversaciones interiores.

      Pero no siempre es fácil descubrir el miedo. Muchas veces se mimetiza con aires de sumisión. Otras, más fre­cuentes, aflora con arranques de agresividad. Cuando el temor abruma al alma, ésta suele impacientarse, se alte­ra y acalora porque desea abandonar ese estado tan mo­lesto. De ahí que el pánico, tan a menudo, se disfrace de brusquedad. Compensaría eludir cualquier referencia a algo tan vulgar pero su doloroso efecto está demasiado extendido: el que se enfada no logra discernir espíritus. Quien se enoja, da la impresión de ser privado de modo automático de los códigos, la mayoría ocultos, que afec­tan al mundo y a las almas. El desenlace habitual es que se equivoca con facilidad. Y, aunque trepide lleno de dinamismo entre una multitud, pronto se sorprenderá completamente ignorado, como ocurriría con un excén­trico que se rodease de personas cuerdas y astutas.

      En cambio, el que sabe calmar su excitación, el que domina el miedo, es fácil que reciba esas luces rápidas e ingeniosas con las que, tantas veces, nos asombra la gente tranquila. Siendo Alejandro Magno adolescente, obsequiaron a su padre con un caballo indómito lla­mado Bucéfalo. Al ver que sus jinetes más aguerridos no podían domesticarlo, ni con el esfuerzo de sus fo­gosos intentos ni a base de violencia, Filipo pensó que era mejor desprenderse de él. La idea no convenció al muchacho que dijo a su padre: "Si lo regalas perderás un buen caballo. Déjame a mí y verás cómo me obede­ce". Se burlaban de su intrepidez, pero él no hizo caso. Al acercarse lentamente comprobó que lo que asusta­ba al animal era su propia sombra. Lo colocó de forma que no la viese y montó sobre él. Éste se dejó conducir sin dificultad. Una vez el caballo estuvo domado, todos aclamaron a Alejandro. Entonces Filipo, su padre, lo abrazó emocionado intuyendo que llegaría a convertirse en alguien importante en la historia, y vivió lo suficien­te para ser testigo de las hazañas de su hijo por toda Asia [7]. El que domina la ira, el que supera la inquietud, va por caminos de gloria humana y sobrenatural pues ha aprendido a vencer el miedo que alimenta ambas pa­siones. Bienaventurados los mansos, porque heredarán la tierra [8], dijo Jesús en el Sermón de la Montaña, ante el probable desconcierto de gran parte de la multitud que le escuchaba.

      Otra fuente importante de temores nace del afán por asegurar el porvenir. Hay almas que no descansan hasta tener muy atado cuanto haya de llegar: ignoran que el futuro es algo irreal, una dimensión desconocida y, por tanto, inquietante, que con frecuencia estimula a imaginar los peores desenlaces. Si a este hecho se le añade que muchas personas creen automáticamente, a pies juntillas, todo lo que pueda desalentarlas, el resul­tado es predecible: nervios, desorden, falta de recogi­miento. El objetivo no es fomentar la dejadez y la cómo­da improvisación, sino impedir que el alma se sofoque con demasiadas previsiones que consuman "aire puro" y perfore el templo infranqueable que tratamos de cons­truir en nuestra oración mental segura. El desasosiego característico que suscita la incógnita del destino fue intensamente combatido por Jesús: ¿Quién de vosotros, por mucho que cavile, puede añadir un solo codo a su es­tatura? Y sobre el vestir, ¿por qué os preocupáis? Fijaos en los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan ni hilan, y yo os digo que ni Salomón en toda su gloria pudo vestirse como uno de ellos. Y si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios la viste así, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe? Así pues, no andéis preocupados diciendo: ¿qué vamos a comer, qué vamos a beber, con qué nos vamos a vestir? Por todas esas cosas se afanan los paganos. Bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso estáis necesitados. Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se os añadirán. Por tanto, no os preocupéis por el mañana, porque el mañana traerá su propia preocupación. A cada día le basta su con- trariedad [9]. "No os preocupéis por el mañana"; solemos olvidar que nuestros mecanismos de defensa se tornan inermes e inservibles en esas coordenadas desconoci­das. La gracia de Dios se reparte hoy: si me habla, lo hace ahora. El Amor ahuyenta el miedo, pero solo anida en el corazón asido a lo real y que navega en el presente. Es entonces cuando soy capaz de planificar mi vida por medio de la oración, que modifica el futuro sin peligro. Porque en mi diálogo participa el Espíritu Santo, el mis­mo Don divino atemporal que sostiene el mundo y que nos permite entrever el mañana sin riesgos y afrontarlo con valentía. 


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1    Mc 9, 5-6.
2    Mc 5, 36. 
3    Lc 5, 10. 
4    Lc 12, 4. 
5    S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 382, 78a ed. Rialp, Madrid 2004, p. 113. 
6    BURKHART-LÓPEZ, Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de san Josemaría, I, 2" ed. Rialp, Madrid 2011, p. 306. 
7    ALFONSO FRANCIA, Educar en valores, 2" ed. San Pablo, Madrid 1995, p. 164. 
8    Mt 5, 5. 
9    Mt 6, 27-34.

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