COMO ME HABLA DIOS - ORACIÓN PODEROSA: LA ORACIÓN MENTAL, OÍR A DIOS

Oración de la mañana y oración de la noche para oír a Dios con seguridad mediante el recogimiento y la confianza en la Divina Misericordia. Francisco José Crespo Giner, numerario del Opus Dei.

COMO ME HABLA DIOS

Oracion mental como habla Dios Francisco Crespo numerario Opus Dei
      Vista la importancia de manejar correctamente este "idioma", centrémonos en el modo divino de utilizarlo. Cuando el Espíritu Santo imprime una idea en el inte­lecto humano, ésta puede aparecer o no acompañada de un deseo de ponerla en práctica. En esas ocasiones en que se da el anhelo de llevarla a cabo, es crucial apren­der a detectarlo, porque, por utilizar un ejemplo, si el mensaje recibido se compara con el diagnóstico de un buen médico, el deseo equivaldría a las medicinas que prescribe. Puedo curarme simplemente tomándolas, aun no habiendo captado bien los pormenores de mi enfermedad, ni retenido su nombre.
      Los deseos transmitidos en la oración mental son, con diferencia, la parte medular de las comunicaciones con Dios. El profesor Illanes, prelado de honor del papa Juan Pablo II, decía que "orar implica renuncia al egoís­mo, purificación del espíritu, decisión —propósito— de acoger y realizar el querer divino"[1]. De ahí que el con­tacto con Dios se pueda mantener, e incluso incremen­tar, en situaciones aparentemente poco favorables para la elaboración intelectual. 
      Dicho de otro modo: con las medidas de prudencia que se tratarán después, aprendamos a distinguir los de­seos de Dios mientras nos esforzamos por permanecer en su compañía. Y así lograremos trasladar nuestro diá­logo divino a la calle, a las ocupaciones más frenéticas de unos padres de familia numerosa o a la vehemente concentración de un orador. 
      Karen, es amiga de seis personas que ven a la Virgen desde el 24 de junio de 1981. Como ellos, intenta practicar las enseñanzas que Santa María ha revelado en Medjugorje, su pueblo natal. Un día, la invitaron a hablar de las apariciones en una parroquia de Estados Unidos.
      El pánico la invadió, porque a su carácter, extre­madamente tímido, le parecía un obstáculo invencible. Subió al escenario con la cabeza tan vacía, que ni siquie­ra era capaz de recordar los cinco puntos fundamentales transmitidos por la Señora. Aun así, confiaba en María. Ella tendría algo que decir a ese gran número de perso­nas allí congregadas. Frente al micrófono, dedicó a los presentes un silencio absoluto. Ni una sola palabra le vino a la mente, pero se mantenía en calma. La multitud conversaba en voz baja y, un poco inquieta, pretendía saber qué pasaba... Para los americanos, cinco minutos sin hablar rayan en la imposibilidad ontológica. Karen le dijo a María: "¡Mother! Si no tienes nada que comuni­carles, tú sabrás lo que haces. Pero muéstrame si debo quedarme todavía mucho tiempo frente a este micró­fono". E, inmediatamente, una moción en la voluntad. Acto seguido, ella misma se oyó decir a la gente:
      —¿Hay sacerdotes en la asamblea? —Quince ma­nos se levantan.
      —¿Podrían subir al estrado, por favor? —les pide Karen. Todos los presbíteros se acercan. "¡Mother! ¿Qué hago con ellos ahora?", suplica en su corazón. El audi­torio está pendiente de lo que va a suceder. ¿Funcionará bien la cabeza de esta Karen de Medjugorje? Entonces, se dirige al público, y sale de su boca lo último que hu­biera querido decir:
      —La Señora no puede hablarles esta noche. Aquí hay demasiados pecados. Ustedes no podrían oír su voz. ¡Primero tienen que confesarse!
      Eran las 19:30. Solo disponía de cuarenta minutos para su charla, tiempo que fue consumido en exponer dos necesidades del alma: "conversión" y "sacramento del perdón". Karen, con la asistencia del Espíritu, expli­có estas ideas y se fue. Al día siguiente, el párroco, muy emocionado, le dijo:
      —Karen, ¿sabe que anoche, a la una de la mañana, estábamos aún allí? Los quince sacerdotes dieron la ab­solución durante más de cinco horas. No sé qué le pasó a esa gente: la mayoría no se había confesado en veinte, treinta o cuarenta años. ¡Había que ver los peces gordos que nos enviaba la Señora! Aquella noche, centenares de pecadores, de los que casi todos habían ido por curiosi­dad, se fueron a sus casas radiantes y transformados por el reencuentro con su Salvador [2].
      Cuando logremos descifrar el lenguaje sobrenatu­ral de los pensamientos y, en particular, de los deseos, nos sentiremos levemente impulsados a acometer algu­nas acciones que no siempre serán las más apetecibles o inteligentes, según nuestra opinión, pero que llevan impreso el sello de la eficacia divina.
      Imaginemos, por ejemplo, que al pretender hablar con Dios, Él encontrase algún temor en el alma. Veremos más adelante que pocas pasiones perjudican tanto la co­rrecta escucha como ésta. Con toda probabilidad, nos sobrevendrá la idea de rechazar el miedo, unida al deseo de hacerlo, todo envuelto en la seguridad esperanzadora propia de las comunicaciones divinas. Pues bien, si Dios detecta un leve conato de secundar su inspiración, nos sentiremos fortalecidos inmediatamente. Se trata solo del ingreso en su escuela, o mejor, de la bienvenida a su fascinante viaje. Conmovido por haber puesto la con­fianza en Él, es fácil deducir que atenderá expectante a nuestras palabras, y que intervendrá con sus respuestas y con su actividad favorita: premiar en abundancia.
      En las vidas de los santos, podemos descubrir fácil­mente esa disposición de seguir las mociones puestas en su voluntad. Cuenta santa Faustina Kowalska: "Había un hombre que me abordaba de continuo con palabras lisonjeras. Conociendo la hora en que yo salía a la capilla o a la veranda, me cortaba el camino y, no atreviéndose a acercarse solo, se buscó a un compañero semejante a él, pero ninguno se decidía a aproximarse. Mientras iba al oficio del mes de mayo, vi que esas personas ya esperaban allí por donde yo tenía que pasar. Antes de que llegara allí, me dirigieron palabras aduladoras. El Señor me dio a conocer los pensamientos de sus cora­zones, que no eran buenos. Intuí que, después del oficio, me impedirían seguir mi camino y, entonces, tendría que hablar con ellos, porque hasta el momento no hubo comentario alguno por mi parte. Cuando abandoné la capilla, vi a estas personas armadas, esperando mi paso y esa vez sí que me infundieron temor. De repente, noté a Jesús a mi lado:
      —No tengas miedo, Yo voy contigo.
      Súbitamente sentí en el alma tanta fuerza que no alcanzo a expresarla y como estaba muy cerca de ellos, dije en voz alta y sin temor: —Alabado sea Jesucristo. Al oírme, cedieron el paso y contestaron: —Ahora y siempre. Amén.
      Como si los partiera un rayo, bajaron las cabezas, sin atreverse siquiera a mirarme. Soltaron algunas pala­bras maliciosas cuando pasé. Desde aquel momento, si me veía esa persona, huía para no encontrarse conmigo y yo, gracias al Señor, quedaba tranquila" [3].
      Convendría que nos mantuviéramos alerta fren­te a la tentación de restar importancia a ese modo de transmitir que utiliza Dios en nuestro deseo, tal vez, por parecernos poco "erudito", sin visos de volverse "men­tal". Este error es propio de almas quizá cultivadas, pero con el espíritu algo abandonado, que necesitan sentirse útiles y trajinar con su inteligencia sin descanso. Son trabajadores infatigables que tal vez valoran los frutos de su oración por el número de ideas sugerentes apren­didas y el esfuerzo realizado al obtenerlas. Aunque intu­yen que algo no marcha bien, les horroriza permanecer en atenta espera, desvelando un enigma tan inmaterial como los deseos que Dios nos imprime. "Pereza men­tal", deducen; y se sumergen en la búsqueda afanosa de avances en alguna virtud de la que adolecen. Prefieren, sin duda, desmenuzar el libro seleccionado, a mantener­se en un silencio activo, puesto que recelan de cuanto no movilice enérgicamente las facultades de su cerebro.
      Aunque son loables su solicitud y esfuerzo, por un error doctrinal simple y diseñado a su medida, será difí­cil que asciendan de nivel en la oración. En su estanca­miento, insistirán en la lectura meditada, quizá porque suponen que interiorizar o hacer Teología es lo mismo que orar. Tal vez concluyan que su pobre intimidad con Dios se debe a los frecuentes regateos en la lucha ascéti­ca, o a cierta condescendencia con la propia tibieza, o a una noche oscura que comienza a ser sospechosamente larga.
      Pero centrémonos en los que sí han decidido descu­brir las actuaciones sobrenaturales en su entendimiento y voluntad.
      Hasta ahora hemos destacado la importancia de las aspiraciones humanas, si son suficientemente intensas, para conquistar el favor de Dios. También se ha descrito la asiduidad con que el Señor se dirige al hombre mo­viendo sus deseos, por tratarse de su idioma predilecto. Sin embargo, no se ha explicado una virtud eminente de estos: la rapidez para atraer al Espíritu Santo, en espe­cial, cuando anhelamos cumplir su Voluntad. Es decir, la destreza sobrehumana del deseo para conectar nues­tra oración mental con la "frecuencia de onda" que uti­liza la Santísima Trinidad, y solo Ella.
      Está claro que en la oración vocal hablamos a Dios, y que en la oración mental es Él quien nos habla a no­sotros. Lo primero resulta bastante sencillo; en cambio, oírle... Se puede pensar que no tanto. El problema con el que tal vez nos hayamos enfrentado se resume en una palabra: decepción. Hemos admitido escrupulosamente las ideas y mociones que nos parecía percibir y, quizá poco después, comprobamos abatidos que eran divinas solo en apariencia. Veamos ahora el vínculo directísimo que existe entre la certeza en la oración de diálogo y lo descrito sobre el modo sincero de desear, en concreto, la Voluntad de Dios.

      Página sugerida a continuación: Cómo distingo mis pensamientos y deseos de aquéllos que proceden de Dios



1 JOSÉ LUIS ILLANES, Tratado de Teología Espiritual, c. 17-IV, Eunsa, Pamplona 2007, p. 453.
2 SOR EMMANUEL MAILLARD, Medjugorje, el triunfo del corazón, 2a ed. Parangona, Barcelona 2009, p. 120.
3 Diario, n. 1704, Levántate, Granada 2003, p. 600.

4 comentarios:

  1. Buenas Tardes, mi nombre es Jesús, soy seminarista, tengo algunas preguntas.
    ¿Cómo me puedo comunicar más directamente con usted?

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    1. Hola! Llámame al +34618655137 (Paco) o escríbeme en pacocrespo@cronista.org

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  2. Hola soy de mexico y estoy pasando por un momento muy doloroso con mi hijo, quiero escuchar a nuestro señor! Se que con el todo irá bien… estoy tratando de hacer oración , aparte de rezar.. que por fin encontré la diferencia.. cómo saber si estoy haciendo ORACION correctamente?
    Gracias por tantos consejos!!

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  3. Hola amiga! Para saber si estás orando correctamente, haz dos cosas:
    1. Lee despacio este resumen y practica conforme vayas leyendo:

    https://franciscojosecrespo.blogspot.com/2020/05/como-aprender-hablar-con-dios-en-5_24.html

    2. Envíame a este email una foto de lo que escribas durante tu oración mental. Te ayudaré a corregir fallos:
    pacocrespo@cronista.org

    3. Si practicas la oración mental no menos de una hora al día, se rectificará algo tan difícil como la vida de tu hijo. Es un regalo del Señor que ya he visto varias veces.

    Un cordial saludo

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