QUIETUD - ORACIÓN PODEROSA: LA ORACIÓN MENTAL, OÍR A DIOS

Oración de la mañana y oración de la noche para oír a Dios con seguridad mediante el recogimiento y la confianza en la Divina Misericordia. Francisco José Crespo Giner, numerario del Opus Dei.

QUIETUD

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1. ORACION CONTEMPLATIVA DE QUIETUD

     Las hojas de la flor de loto no se mojan con el agua sobre la que flotan. Además, las gotas, al resbalar, atrapan el polvo y la suciedad favoreciendo su limpieza. Esto es lo que logra la oración contemplativa de quietud en el alma: tranquilizarnos con la cercanía intensa de Dios y limpiar nuestro espíritu en extremo.  
 

2. CÓMO SE ALCANZA

De modo habitual, este estado se alcanza insistiendo en practicar la oración mental, especialmente la escrita, como lo hacía el joven vietnamita de catorce años Marcel Van, que está en proceso de beatificación:

      Van: Oye Jesús, ¿ya ha comenzado la expansión de tu reino de amor en el mundo?

      Jesús: Sí, ya ha comenzado..., tú Van, escribiendo mis palabras, participas también de esta obra, como ya te lo he dicho. Todavía hay muchos otros apóstoles que tú desconoces. Ellos también trabajan en gran secreto y se turnan continuamente para propagar en el mundo el reino de mi amor.

      Van: Oh Jesús, te lo ruego, quema todos mis defectos y mis malos hábitos en el fuego de tu amor...

      Jesús: Hermanito, ante todo acepta todas las incomodidades que te envío; así me complaces más que si ayunaras durante todo un siglo. Y aunque soportaras como yo la muerte en cruz, no sería mejor  que la mortificación que quiero enseñarte aquí: la obediencia. Es la mejor mortificación. Sólo amo la mortificación de la obediencia.

      Van: Jesús, hablas demasiado; tu lengua no se detiene. Cuántas veces ya has faltado al silencio, no dejándome siquiera orar en paz. Y luego, ¿te atreves a enumerarme mis faltas? Muy bien, voy a acusarte ante María y a decirle que no paras de hablar y en cualquier parte, sin...

      Jesús: ¿Qué estás diciendo Van? ¿Has olvidado que guardé silencio por casi dos meses, y ya tenías los ojos rojos de tanto llorar, quejándote algunas veces a María, y otras a sor Teresa...? (Mons. Nguyen Van Thuan, El Amor me conoce, Ed. Le Sarment Fayard, París).

      Esta oración de diálogo obediente a lo que pida El Señor, explicada en artículos anteriores, nos llevará como de la mano a agradecerle las contrariedades diarias -algo más valioso que "un siglo de ayuno"-, y a recibir sus premios. Uno de los más valiosos es la primera fase de la oración contemplativa: la quietud.

 3. EN QUE CONSISTE

       Hay gente que reza para conseguir dones materia­les, triunfos, poder; peticiones que nunca son desoídas, aunque no siempre se concedan todas. Otros ruegan a fin de obtener bienes más elevados, como la salvación propia o de las personas queridas: agradan mucho a Dios y escriben en el libro sobrenatural de sus vidas con letras de oro. Pero hay un propósito que se debería an­helar de modo exclusivo: poseerle a Él mismo. En otras palabras: la unión espiritual, el amor extremo. Desear la unión, y la sólida certeza que añade a las inspiraciones, no es un objetivo pretencioso ni de fingi­da humildad, sino todo lo contrario: siempre que se evi­te la búsqueda de la satisfacción personal o el afán por los fenómenos sobrenaturales, reservados a quien Dios disponga, representa una meta enormemente recomendable [1]. Para acercarnos a este don, conviene saber que el paso previo más frecuente es la quietud. 

      a. Recogimiento pasivo: primer escalón de la quietud

      Si se practica la oración mental y, según hemos visto, se inicia con un recogimiento minucioso y el deseo de conducirnos según lo que Él decida, favorecemos de modo considerable el alcance de un estadio superior [2]. Independientemente de que el intelecto trabaje en el asunto que sea, si notamos que nuestra voluntad está como absorbida por el Señor en una especie de sosiego, muchas veces relajado y amoroso, en el que se mantiene sin hacer esfuerzo alguno por rechazar los anhelos y pa­siones habituales en ella, entonces el alma está en quietud [3]. Durante la estancia de santa Faustina Kowalska en Walendów (Polonia), anotó el siguiente mensaje de Jesús captado en plena oración mental: Al tratar conmi­go, procurarás conseguir una profunda calma. Eliminaré todas las incertidumbres al respecto. Yo sé que ahora estás tranquila, mientras te explico esto; con todo, en cuanto deje de hablar, empezarás a buscar dudas, pero has de sa­ber que fortaleceré tu alma hasta el extremo de que, aun­que quieras inquietarte, no estaría en tu poder [4]. Que la voluntad permanezca sumergida en Dios al nivel de la quietud, no significa que las pasiones, como la tristeza causada por una desgracia, desaparezcan. Pero llegan con tanta mengua y envueltas en tal esperanza, que difí­cilmente perturban, y en absoluto disminuyen la fiabilidad de la oración. Esto es así porque el Señor nos concede la quietud en su primer grado: el del recogimiento pasivo [5]. En él, la voluntad queda poseída por la Suya y, lógica­mente, el deseo de acatar lo que Él quiera se vuelve muy intenso y sincero. Es decir, mientras dure, se cumplen de sobra las condiciones de certeza y toda idea o moción recibida resulta segura.

      Cuando se concede este tipo de oración, resulta sumamente sencilla la escucha porque Dios lleva a cabo el control de las pasiones sin necesidad de un examen meticuloso y exhaustivo, como se recomendó para la oración mental. Y este dominio se nos otorga porque, en cierta medi­da, nos convertimos en Él. No olvidemos que, al que­dar nuestra voluntad unida a la Suya, de algún modo dejamos de ser, por un instante, quienes éramos, pues se trata de la potencia más importante del hombre para todo lo relacionado con el amor [6].

      Aquí puede encontrarse la causa de que el alma termine como marcada indeleblemente por la cercanía divina. Cuando la quietud falte, esa especie de herida espiritual crónica se volverá más clara y dibujará con fuertes trazos el camino correcto que la voluntad debe­ría seguir: el del recogimiento. "Las obras que este don hace en el ánima son muchas —explica Osuna—, y la principal es una ansia y congoja que fatiga el corazón y lo incita, despierta y constriñe a no tener reposo sin Dios (...) Los que teniendo este don inquieren y buscan provechosos y espirituales ejercicios aprovechan siem­pre más. Otros he conocido que no supieron qué respon­der según debieran y, teniendo este don, se dieron a los ejercicios corporales de penitencia, pensando que esto bastaba; como, según dice san Pablo [7], serán de poca utilidad si el ejercicio interior cesa. Otros responden con palabras y lecturas solamente, sin entrar dentro de sí, y todo se va en humo, como el azogue, si no se cubre cuando lo sacan. Tú, hermano, si quieres mejor acertar, busca a Dios en tu corazón, no salgas fuera de ti, por­que más cerca está de ti y más dentro que tú mismo, lo cual te amonesta nuestra letra diciendo: Anden siempre juntamente la persona y el espíritu" [8]. Por débil y breve que haya sido esta incursión contemplativa, el alma no quedará indiferente. Aspirará, de un modo u otro, a re­petir ese encuentro, que se intuye capital: una especie de prioridad esculpida en la naturaleza del hombre. 

      b. Deseo de Dios: segundo escalón de la quietud

      Para distinguir mejor este regalo y agradecer la predilección que supone, importa subrayar el aconteci­miento que anuncia el comienzo de la quietud: unas pa­siones misteriosamente calmadas, sin esfuerzo alguno. Y además, un deseo de Dios, que en este caso suele ser leve, que nos mantiene, por momentos, atraídos hacia Él, como el hierro por un imán, con una paz suave, a veces casi imperceptible.

      Si, en cambio, apenas notamos este anhelo o para avivarlo necesitamos recoger con frecuencia las pasio­nes, se trata de oración mental, aunque sigamos de­seando, más bien intelectualmente, estar con el Padre y obedecerle. En la oración mental ya vista también se requiere del control divino que nos aísla junto a Él, pero es de otro orden.

      Es importante entender esa distinción, porque hay personas muy espirituales que solo dan crédito a las inspiraciones detectadas en quietud. Esperan y esperan hasta que comprueban que no se da el vaivén habitual del alma hacia las cosas del mundo, y desconfían si les falta la paz característica de esta primera fase pasiva. Carecen de seguridad suficiente en la oración mental, de la que recelan; incluso puede que etiqueten los largos periodos no contemplativos como una especie de noche oscura.

      Por suerte, la oración mental fiable es más corrien­te que la de quietud. Un obsequio tan necesario para el hombre como el diálogo seguro con Dios no podía con­vertirse, tras el pecado original, en un bien escaso. Y, si nos fijamos, esta actitud divina es acorde con el amparo providencial en lo realmente perentorio que se observa en la naturaleza: el aire, el agua o los alimentos básicos no suelen faltar, incluso en condiciones extremas; algo parecido ocurre con la capacidad humana de distinguir las ideas divinas sin permanecer en quietud. 

      c. Cómo alcanzar quietud: hacer diariamente oración mental exclusiva

      Conviene decir que, aun siendo esta última un don contemplativo, es más frecuente de lo que se piensa. A menudo se concede para cautivar y robustecer a las personas piadosas que dialogan en la oración. Además, no acostumbra a desvanecerse por iniciativa del Cielo. "Hay muchas almas que llegan a ese estado y pocas las que pasan adelante, (...) a buen seguro que no falta Dios, ya que (si) su Majestad hace merced que llegue a este punto, no creo cesará de regalar muchas más, a no ser por nuestra culpa", decía santa Teresa de Jesús [9]. Y un recurso que evita con garantías esas lagunas en la quie­tud es la perseverancia en la oración mental. Resulta muy probable que se conceda el recogimiento pasivo a los que buscan la cercanía divina por medio de la insis­tente guarda del corazón ya descrita. A veces se alcan­za incluso en pocas semanas de empeño en disminuir las pasiones antes de dialogar con Dios, como premio a este sacrificio interior tan ignorado, y tan sumamen­te agradable al Espíritu Santo: "No es que la gracia de la contemplación se dé a los grandes y no a los peque­ños —afirma san Gregorio Magno—, sino que, con fre­cuencia, la reciben los grandes y los pequeños; más a menudo la consiguen los retirados (...) Luego si no hay estado alguno entre los fieles que pueda quedar exclui­do, quien practica la guarda del corazón puede también ser iluminado con esa gracia" [10]. Como explica este doc­tor de la Iglesia, la guarda del corazón, cultivada tan en profundidad durante el recogimiento, lleva a la quietud. De ahí que se suela obtener con el acopio suficiente de minutos de oración tan abundantes en los retiros espi­rituales, con sus prolongados y continuos tiempos de silencio. Estas reclusiones voluntarias, son garantía de éxito si se insiste en los ejercicios ya referidos u otros si­milares. "Verdad es que, a los principios, casi siempre es después de larga oración mental" [11], aclara la doctora de Ávila cuando explica la contemplación. Algunos afirman que han logrado quietud en un curso de retiro después de tres o cuatros días de práctica del recogimiento, y sin apenas hacer uso de más medios. Otros, la alcanzan mucho más rápido, pero quizá esporádicamente, al so­brellevar un dolor intenso con el antídoto de la oración mental.

      En cambio, es difícil que se consiga mediante la sola práctica de obras buenas con el prójimo, aunque éstas suelen ser insustituibles en los avances interiores. Aun siendo acciones muy meritorias, esa actitud supone un olvido práctico del primer Mandamiento de la Ley: amar a Dios sobre todas las cosas, algo que presupone el trato con el Señor mediante las necesarias manifestacio­nes prácticas de cortesía humana, entre las que destaca el saber escuchar.

      Por eso, si buscamos el diálogo con el Señor durante el día sin renunciar a los períodos exclusivos concreta­dos en nuestro horario para esta actividad, y si entrela­zamos el recogimiento con el deseo de unión, es posible que nos sorprenda el efecto maravilloso de la mezcla. Juntos disponen de una habilidad excelente para des­pertar en Él su amable tendencia al premio, a atraer a las almas con pequeños anticipos del Cielo como el de la quietud, que pronto se puede transformar en algo aún más elevado.


Artículo aconsejado a continuación:  Oración contemplativa de unión: cómo lograrla


1. Dios ha previsto que el hombre se una a Él ya en la tierra: Jesús, con la institución de la eucaristía durante la última cena (Lc 22, 9), no solo quiere permanecer de modo real y físico sobre la tierra, sino que posibilita así al hombre la unión a su Persona mediante la comunión sacramental. Sin em­bargo, la intimidad conseguida solo de este modo es frecuentemente muy parcial, pues depende de las disposiciones del que comulga (CIC, n. 1128, 2" ed. A.E.C., Madrid 1992, p. 264). Esta limitación se supera con la unión espiritual de la que hablamos.

2. "Tratad con él como con padre y como con hermano y como con señor y como con esposo; a veces de una manera, a veces de otra, que Él os ense­ñará lo que habéis de hacer para contentarle. Pedidle la palabra, que vuestro Esposo es, que os trate como a tal. (Con) este modo de rezar (...) con mucha más brevedad se recoge el entendimiento, y es oración que trae consigo mu­chos bienes. Llámase recogimiento, porque recoge todas las potencias del alma y se entra dentro de sí con su Dios, y viene con más brevedad a ense­ñarla su divino Maestro y a darla oración de quietud, que de ninguna otra manera" (SANTA TERESA DE JESÚS, Camino de perfección, c. 28-4, 5" ed. El Monte Carmelo, Burgos 1954, p. 459).

3. "La voluntad es aquí la cautiva, y si alguna pena puede tener, es de ver que ha de volver a tener libertad" (Ibid., c. 31-3, p. 470).

4. Diario, n. 169, Levántate, Granada 2003, p. 112.

5. "La oración de quietud descrita en la IV morada de santa Teresa tiene tres fases distintas: 1°, el recogimiento pasivo, que es una suave y afectuosa absorción de la voluntad en Dios por una gracia especial; 2°, la quietud pro­piamente dicha, en que la voluntad queda cautiva en Dios, ya permanezca en silencio, ya ore en una especie de transporte espiritual; 3°, el sueño de las po­tencias; y es, cuando cautiva la voluntad, el entendimiento cesa de discurrir y se pone en las manos de Dios, si bien la imaginación y la memoria continúan a sus anchas" (GARRIGOU-LAGRANGE, Las tres edades de la vida interior, II, c. 30, 2" ed. Palabra, Madrid 1978, p. 873).

6. "El amor es la fuerza de la voluntad en el hombre" (SAN AGUSTÍN, Obras completas, X, Sermón 96, BAC, Madrid 1983, p. 636).

7. 1 Tim 4, 8.

8. P. URBINA, Tercer Abecedario Espiritual, I, c. I, Palabra, Madrid 1980, p. 40.

9. LÓPEZ NAVARRO, Libro de su vida, II, c. 5, Rialp Neblí, Madrid 1982, p. 54.

10. SAN GREGORIO MAGNO, In Ezechielem Homiliae II, homilía 5, n. 19, BAC, Madrid 1958, p. 454.

11. LÓPEZ NAVARRO, Libro de la vida, II, c. 18-9, Rialp Neblí, Madrid 1982, p. 98.

1 comentario:

  1. Gracias, muy interesante este artículo. Me encontré con esta frase de Santa Faustina que me ayudó mucho:

    ”Tu santa voluntad, es mi quietud. En ella se encierra toda mi santidad, Y toda mi salvación eterna, Ya que cumplir la voluntad de Dios es la mayor gloria.” Santa Faustina

    pero me preocupaban algunas cosas que había leído sobre el "quietismo" y no quería caer en ese extremo. https://ec.aciprensa.com/wiki/Quietismo

    Es por eso que este artículo junto a las citas de Santa Teresa me trajeron paz y confianza interior.

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