Al Señor le gusta insinuarse, transmitir a poco "volumen". No podemos esperar pensamientos demasiado intensos e innegables. Es éste un concepto básico que deberíamos aprender, pues, de lo contrario, se corre el riesgo de que pierda interés este cauce maravilloso de manifestarnos su afecto: El Espíritu Santo imprime ideas y mociones tan débilmente que, si se tratara de percibirlas en los oídos, se aproximarían a murmullos.
Un ejemplo clásico de la literatura espiritual es el modo en que Elías distingue lo que Dios quiere decirle en un momento importante. Ajab reina en Samaria: es un déspota que hace el mal "más que todos sus antecesores" [1] y que, durante veintidós años permanece en el poder. Su mujer, Jezabel, extermina a cuantos profetas piadosos localiza, excepto a Elías, que huye al desierto y alcanza el monte Horeb. Allí encuentra una cueva para pasar la noche. Alguien le inspira que se asome a la ladera totalmente oscura, por donde va a aparecer Yahveh. Ni el huracán, ni el temblor de tierra, ni las llamaradas que de modo consecutivo azotan las rocas le permiten reconocer a Dios. Solo en el susurro de una brisa suave detecta su presencia y distingue sus palabras, que le libran de sus perseguidores y le guían hasta encontrar a Eliseo, a quien unge como profeta. Un "susurro".
Prestemos atención a lo que el Señor dijo a santa Faustina Kowalska en Cracovia durante el tercer y último día del curso de retiro al que asistió, en completo silencio: "Procura vivir en el recogimiento para oír mi voz que es tan bajita que solo pueden oírla las almas recogidas" [2]. Si aprendiéramos a subrayar las luces más sutiles, esos movimientos insignificantes que se deslizan en la inteligencia a modo de caricias, descubriríamos un universo nuevo de riqueza colosal.
Conviene también precisar que los pensamientos inspirados en la oración mental, aun siendo de intensidad débil, son de naturaleza diferente a las pautas habituales de la conciencia, tan dependiente de las enseñanzas recibidas. Coinciden a veces con estas segundas, pero las sobrepasan por completo, porque tienen su origen mucho más Arriba. Así se explica que una persona que ignore la doctrina transmitida por Jesucristo o que haya cometido faltas graves, pueda distinguir sus Deseos, como ocurrió con la Samaritana, Pilatos o Dimas, el ladrón crucificado a pocos metros de Él [3]. Di a los pecadores que siempre los espero —indicó Jesús a santa Faustina—, escucho atentamente el palpitar de sus corazones para saber cuándo latirán por Mí. Escribe que les hablo a través de los remordimientos de conciencia, por medio de los fracasos y los sufrimientos, cuando caen las tormentas y los rayos, hablo con la voz de la Iglesia y si frustran todas mis gracias, me molesto con ellos dejándoles a sí mismos y les doy lo que desean [4]. Dios procurará llegar a las inteligencias a través de la oración mental, si la conocen. De no ser así, recurrirá a caminos más contundentes que no reportan tanto mérito. En caso de que la libertad humana continúe ignorándole, se lacera a sí misma de modo insospechado.
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1 Reyes 16, 30.
2 Diario, n. 1779, Levántate, Granada 2003, p. 627.
3 Lc 23, 40-43.
4 Diario, n. 1728, Levántate, Granada 2003, p. 607.
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