Es un error similar al de los que buscan manifestaciones extraordinarias como un fin más o menos encubierto. En general, las comunicaciones de origen divino no se distinguen porque causen asombro. Tampoco parecerán siquiera ingeniosas o sugerentes, aunque sean así con frecuencia.
Las luces de Dios no tienen por qué elegir en la mente un léxico de belleza especial, ni deslumbrarán siempre por su contenido, porque quizá nos llevaría a apetecer esto imperceptiblemente, anulando el fin afectuoso que nos movió. Tampoco serán abundantes las señales sensibles que nos informen de que es la Virgen Santísima o el Padre quien nos habla. Nuestro interlocutor se dará a conocer solo si conviene, lo que supondría una gracia considerable.
Las luces de Dios no tienen por qué elegir en la mente un léxico de belleza especial, ni deslumbrarán siempre por su contenido, porque quizá nos llevaría a apetecer esto imperceptiblemente, anulando el fin afectuoso que nos movió. Tampoco serán abundantes las señales sensibles que nos informen de que es la Virgen Santísima o el Padre quien nos habla. Nuestro interlocutor se dará a conocer solo si conviene, lo que supondría una gracia considerable.
Si la preparación ha sido correcta, deberíamos fiarnos de lo que se nos envíe al entendimiento y a la voluntad aunque parezca algo vulgar o poco atractivo, del mismo modo que no dudamos de que la carta recibida proceda del remitente que aparece en el sobre, por más que nos contraríe su mensaje. Nos tomarían por locos si solo diéramos crédito a las líneas acordes con un estilo brillante que conocemos, o si exigiéramos confirmación mediante la presencia física.
Página sugerida a continuación: Confiar en adelante plenamente en que esa idea o moción procede de Dios
No hay comentarios:
Publicar un comentario