PAZ INTERIOR, ORACION DE SILENCIO - ORACIÓN PODEROSA: LA ORACIÓN MENTAL, OÍR A DIOS

Oración de la mañana y oración de la noche para oír a Dios con seguridad mediante el recogimiento y la confianza en la Divina Misericordia. Francisco José Crespo Giner, numerario del Opus Dei.

PAZ INTERIOR, ORACION DE SILENCIO

  

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¿Cómo lograr una paz interior profunda y permanente que te llene de alegría y estabilidad?:

 1. Practica la oración, en especial la mental -en particular la de silencio que describo debajo-, a ser posible no menos de media hora al día.

 2. Intenta confesarte semanalmente con un sacerdote. Para esto último, pongo debajo un tutorial con examen de conciencia. Recuerda que la confesión es inválida si no hay arrepentimiento o propósito de cambiar o no realizas lo que te diga el sacerdote al final junto a las palabras "en penitencia haz...":


CONFESION PECADOS SACERDOTE RESUMEN PAZ INTERIOR


Para lograr paz interior, todos los demás recursos que parece que funcionan, o te llevan a una serenidad poco duradera o más bien es superficial. Si desconfías de estos dos remedios que he mencionado al comienzo, recuerda al menos este artículo para volver a él cuando la práctica fallida de esos otros recursos te convenza.

Respecto del segundo remedio, el de la oración mental, quizá nos asalte el dilema sobre lo que conviene procurar: presento ante el Señor mis preferencias y dificultades actuales para, así, recibir luces, o bien, por el contrario, me callo y lucho por mantener una escucha activa. ¿Qué me acerca más al Todopoderoso: el diálogo o el silencio?

La mayoría de las veces, es mejor el silencio. «De ningún modo se recoge el alma a sí misma —enseña san Gregorio Magno— si antes no aprendiere a esconder de la vista interior los fantasmas de las imágenes terrenas y celestiales, y a desechar cuanto a su mente ocurriera de lo que se ve y se oye, de lo que se huele, de lo que se toca y de lo que se gusta con el cuerpo, a fin de que se halle en el interior tal y como es sin estas cosas; porque cuando en ellas se piensa, equivale a revolver dentro de sí ciertas sombras de los cuerpos. Con la mano de la discreción debe apartarse todo de los ojos del alma, a fin de que el espíritu se contemple tal como fue creado, inferior a Dios y superior al cuerpo» [1]. No hablamos ahora solo de posponer los ímpetus que genera lo terreno, requisito importante a la hora de dialogar con seguridad en la oración mental, sino de prescindir también de las palabras, de los problemas, de nuestros negocios, de extirpar defectos o entrelazar razones.

A menudo será inviable: el alma se siente presionada por los acontecimientos y necesita desahogarse. Sin embargo, en igualdad de disposiciones interiores para ambos ejercicios, conviene siempre guardar silencio y prolongarlo en lo posible. Porque la actividad profundamente benefactora de la oración mental no consiste tanto en un diálogo, como en una  irradiación.

Cuando san Pablo VI fue a Bombay (India), en donde los católicos apenas llegan a quinientos mil, acudieron a recibirlo cerca de cuatro millones de personas. ¿Cómo se entiende? Un catedrático de Historia de las religiones de la Universidad de Nueva Delhi, explicaba: «No han venido a ver al Papa. Están aquí para ser vistos por él. Según el modo de pensar oriental los ojos de un hombre santo transmiten salvación, luz, y purifican las almas de aquellos a quienes miran» [2]. ¿Qué sucederá si la mirada que nos limpia y sana no es la de un hombre, sino la del mismo Dios? La oración, cuando avanza por el sendero del completo silencio mental, nos expone eficazmente, sin barreras, a ese fulgor divino.

      Según narra san Lucas, este era el modo de orar de María de Betania [3], ensalzada ante su hermana por Jesús porque se recostaba callada a sus pies. Y de santa Teresa de Calcuta, quien decía que «estamos llamados a estar a solas con Él, no con nuestros libros, pensamientos y recuerdos, sino desvestidos de todo, para amorosamente morar en su presencia silenciosos, vacíos, expectantes e inmóviles. Si somos cuidadosos con el silencio nos será sencillo orar. Sin embargo seguimos dando vueltas a las palabras que hemos oído y leído, y las mantenemos en nuestra imaginación. Nuestra vida de oración se resiente mucho de la falta de silencio del corazón» [4]. Es decir, alertaba contra la idea tan extendida de que tanto la imaginación como los propios pensamientos, recuerdos y lecturas no son ruido. 
      Se comprenden así los velados consejos de santa Teresa de Jesús: «En esta obra de espíritu, quien menos piensa y quiere hacer, consigue más (...). Cuando por sus secretos caminos parece que entendemos que nos oye, entonces es mejor el silencio, pues nos ha dejado permanecer cerca de Él, y será conveniente no obrar con el entendimiento, si podemos, digo» [5]. Y es que en ese estado, el Espíritu Santo lo pone todo más rápido y con mayor intensidad. 
      Pondré un ejemplo que quizá dé luces en algo tan difícil de admitir como lo expuesto. Hace unos meses disfruté de la visita de dos sobrinos. La mayor, de siete años, no dejó de conversar durante un cuarto de hora. Hablaba con fluidez: describía a sus amigas, a sus profesoras, los alimentos que le gustaban... Al final, como hábil diplomática, debió intuir que su discurso perdía interés y pretendió que aprendiera un juego. En ese momento, llegó su hermano de cinco años. Con amplia sonrisa y sin mediar palabra, se abalanzó sobre mi cuello con los brazos abiertos. Acto seguido, mientras permanecía abrazado, me dio un beso intenso en la mejilla que prolongó durante largos segundos. Si tuviera que decir cuál de los dos se introdujo más rápido en mi corazón, no dudaría: el pequeño, que se mantuvo en silencio todo el tiempo, pero supo imprimir una profunda huella de cariño. Se sirvió, sin saberlo, de la fuerza prodigiosa que adquiere la voluntad, el amor, al prescindir del intelecto [6].

Esta simplicidad interior era procurada una y otra vez por santa Faustina Kowalska: «Me he sumergido en Él anonadándome casi por completo y, sin embargo, bajo su mirada amorosa mi alma adquiere fortaleza y fuerza, y la conciencia de que ama y es amada muy en especial; sabe que el Todopoderoso la defiende. Tal oración, aunque breve, da mucho al alma y las horas enteras de la oración habitual no dan al espíritu tanta luz como un momento efímero de esta oración» [7]. Quizá por ello diga san Lucas de san Juan Bautista que «el niño iba creciendo y se fortalecía en el espíritu, y habitaba en el desierto hasta el tiempo en que debía darse a conocer a Israel» [8], porque los lugares solitarios invitan al silencio extremo. Pero si no fuera posible lograr ese aislamiento físico, tampoco importa mucho.

Se considera ampliamente reconocido en los libros de ascética que «la verdadera oración, la que absorbe a todo el individuo, no la favorece tanto la soledad del desierto, como el recogimiento interior» [9]. A partir de este premeditado y total olvido de lo circundante, tal vez el alma se vea estimulada a volar en busca de Dios sobre cuanto hay en la vida. Entonces, como nosotros, quizá el Espíritu Santo renuncie también al diálogo a fin de conceder un tesoro mayor, gracias a esta labor de limpieza que puede extenderse a todas las facultades. De ahí que Francisco de Osuna, hablando del recogimiento ideal, insista no solo en cerrar los oídos, sino además la boca, para no buscar argumentos ni preguntas que elevar al Cielo: «Hemos de ser mudos, aun en lo interior del corazón, según aquello de Jeremías [10]: “El Señor es bueno para quien espera en Él, para el alma que lo busca”. Buena cosa es esperar con silencio la salvación de Dios. Es decir, ser mudos en lo interior, no formando en sí razonamiento alguno; pero también sordos, no admitiendo las ideas que, según dice el Sabio [11], causan los asuntos terrenos, que rebajan y oprimen la verdad con sus muchas disquisiciones» [12]. De este modo, Jesús entrará en el alma, como lo hizo en el Cenáculo con todas las puertas cerradas [13]. La felicidad que alcanzamos al obtener la certeza acerca de un mensaje sobrenatural es sustituida ahora por la alegría que transmite la seguridad de recibir al mismo Dios, tesoro inmensamente más valioso.

Este es el objetivo principal de la oración y no otro. Es por eso que quizá, para secundarlo, convenga permanecer alerta a esos cambios, en apariencia negativos, que abruman el espíritu. ¡Cuántas veces se nos terminan las consultas o desaparecen las facilidades que alimentaban la conversación! ¡Qué a menudo al alma, de modo patente, le falta algo que no se alcanza a precisar! Y acertamos al intuir nuestra insuficiencia, porque la ayuda divina es necesaria incluso para enlazar las palabras de una pregunta o describir un asunto personal.

En otras ocasiones, se percibe cierto hastío ante lo que suponga diálogo y esfuerzo por mejorar. Ha llegado la hora de zambullirse en el silencio del intelecto. Acallaremos el espíritu abrazándonos a Dios, lo que es muy distinto a dar rienda suelta a la pereza. Aunque no se nos brinde de inmediato el don contemplativo, lograremos una oración muy elevada, incluso sin apreciar el menor rastro de sosiego o placer.

Por el contrario, habrá otros momentos en que no se perciba dicho desánimo que dificulta el diálogo y estaremos esperanzados, y más bien predispuestos, al esfuerzo, a la conversación. Mayor motivo entonces para comenzar con un afectivo silencio o un recogimiento animoso que atraiga rápidamente la presencia impetuosa del Espíritu infinito.

Y cuando mengüe el ardor inicial con que nos ejercitábamos en ese silencio expectante y receptivo, o nos resulte difícil mantener un mínimo a raya el alboroto interior, recurramos a algunas palabras que transmitan una idea afable o describan un suceso que nos afecte. Activar el intelecto durante el recogimiento con esas frases coherentes puede promover, con frecuencia, una clara ayuda de Dios. Tal es el poder de la oración mental.

Este efectivo cambio de táctica era practicado por el papa san Juan Pablo II, quien explicaba así su modo de orar: «¿Cómo reza el papa? Os respondo: como todo cristiano: habla y escucha. A veces, reza sin palabras y es entonces cuando más escucha. Orar significa también silencio y escucha de lo que Dios nos quiere decir. Procurad hacer un poco de silencio también vosotros en vuestra vida» [14]. Pronto descubriremos esas suaves intervenciones que, sin  palabras, encienden los deseos, iluminan algún rincón oscuro del comportamiento o elevan el espíritu. Además, aunque todo hubiera quedado en una serie de fallidos intentos por ahuyentar el ruido del alma, no habríamos perdido el tiempo, porque esa actitud agrada profundamente al Creador.

Un sacerdote de la Parroquia de Saint-Jacques de París narró, durante una charla, lo sucedido a uno de sus feligreses. Paul pasaba la mayor parte del tiempo en la calle y sentía especial predilección por esa iglesia, bajo cuyo pórtico mendigaba. Es necesario aclarar que la botella era su fiel acompañante y la causa de su cirrosis hepática, entre otras enfermedades. Su tez no presagiaba nada bueno y la gente del barrio sabía que en cualquier momento ya no lo encontrarían allí, aunque tampoco se interesaban demasiado por su suerte. Sin embargo, un alma caritativa del vecindario, la señora N., afligida por verlo tan atrozmente sólo, entabló conversación. Esta mujer había advertido que, a menudo, intercambiaba su sitio habitual en el atrio por la primera fila del templo, frente al sagrario, sin articular oración alguna. Simplemente, se quedaba inmóvil y permanecía así muchos minutos. Ella, intrigada, le preguntó:

—Paul, me he dado cuenta de que acostumbras a entrar en la iglesia. Pero, ¿qué haces allí en el asiento durante una hora? No llevas ningún rosario ni devocionario. ¿A qué dedicas el tiempo? ¿Rezas?

—¿Cómo quieres que rece? ¡Olvidé todas las oraciones que me enseñaron cuando iba al catecismo de niño! ¡Ya no sé ninguna! Entonces, ¿qué hago? Pues es muy sencillo: voy hasta el sagrario, allí donde está Jesús solo en su cajita, y le digo: «¡Jesús! ¡Soy yo, Paul! ¡Vengo a verte!». Y me quedo un rato... ¡Simplemente estoy allí!

La señora N., sorprendida, guarda silencio sin nada interesante que aportar a semejante lección. Pasan los días, pero no olvida aquellas palabras. Desde esa charla, contempla a Paul de otro modo. Un destello de duda, más bien inadvertida, ensombrece su acomodada tranquilidad: ¿Quién de los dos es el indigente?

Hasta que Paul desaparece del atrio. Averigua que se le internó en el hospital y acude en su ayuda. El pobre está en una situación extrema, conectado a muchos tubos. La tez de color ceniza, que augura una muerte cercana. El pronóstico es grave. La buena samaritana vuelve al día siguiente, esperando recibir la triste noticia... pero no. Ve a Paul que se sienta sobre su cama, bien erguido, afeitado y con la mirada radiante. Una expresión de felicidad emana de su rostro que parece luminoso. La señora N. observaba sorprendida.

—¡Paul! ¡Es increíble! ¡Estás curado! Además, no aparentas ser el mismo. ¿Qué ha sucedido?

—Fue esta mañana. ¡Me sentía tan mal! De repente vi a alguien ahí quieto, al pie de mi cama. Era hermoso... ¡No puedes ni imaginarte! Me sonrió y dijo: ¡Paul! ¡Soy yo, Jesús! ¡Vengo a verte! [15].

Un silencio así, envuelto en una atmósfera cariñosa, de atención afectiva, como sumergidos en una suave y prolongada comunión espiritual, libre del ruido de palabras interiores, avalora nuestra oración porque enraíza en el manantial inmenso del Amor divino. «En la oración —enseña la doctora de Ávila—, lo que cuenta no es pensar mucho, sino amar mucho» [16]. Permanecer junto a Jesús, corazón con Corazón, con el propósito de mostrarle aprecio, supondrá un salto de intimidad, probablemente mayor que el que conseguiría la más ingeniosa de las oraciones de diálogo. Porque el silencio enamorado es la atmósfera de lo sobrenatural; refrenando el intelecto, allanamos sutilmente la actividad cariñosa del Espíritu Santo y damos pie a que multiplique aún más su acción invisible, ya de por sí elevada en el ejercicio de la oración mental.

La fuerza extraordinaria del silencio absoluto, con su efecto multiplicador de la actividad divina en el alma, presenta una ventaja sumamente atractiva. En este entorno tan beneficioso, cualquier petición o movimiento del espíritu manifestado con el idioma de los deseos, el preferido del Cielo, los afanes e ilusiones que silenciamos resuenan en lo Alto. Según la recomendación de Francisco de Osuna [17]: «conviene ser mudos en lo interior, no hablando palabra alguna, ni siquiera muy bajito, según lo aconseja la madre de Samuel [18]; pues que el Señor es Dios de las ciencias, y prefiere que oren a Él callando y en espíritu y verdad, que no con palabras. Mientras con mayor silencio le ruegan, más oye y mejor concede lo que le piden, como se ve en Moisés, al cual, aunque callaba, porque oraba en silencio, Dios le respondió como a alguien que está importunando, y le dijo: ¿Por qué me estás dando gritos?» [19]. Es decir, cuando sin componer frase interior alguna, manifiesto mi deseo al Creador con el ímpetu de la voluntad, si protejo mi ruego con el poderosísimo silencio, mi súplica es, más bien, un grito. Y si acierto a solicitar con estos gritos lo que el Señor quiere, si pido hacer su Voluntad, obtendré rápidamente no solo una clara certeza en las mociones que me envíe, sino la presencia intensa del mismo Dios.

Cabría decirlo en otros términos, en nada distintos a los mencionados: conviene hacer uso de esos deseos para lograr que se nos sumerja en el costado abierto de Cristo. Una piadosa opinión asegura que Longinus, el militar romano que traspasó a Jesús con su lanza, no tenía vista en un ojo. Y que, al derramarse la Sangre del Mesías sobre su rostro, se curó y al instante se convirtió al cristianismo [20]. Obtuvo, quizá sin demasiados méritos suyos, el oro que se regala con la muerte de Jesús.

San Juan Pablo II utilizaba con frecuencia este recurso:  acudir a Dios apelando a su bondad, no a nuestras cualidades. Prueba de ello fue que instauró la fiesta del Domingo de la Misericordia para recordar el enorme caudal de dones que se siguen obteniendo gracias a la  Sangre y Agua  que se vierten de continuo desde ese generoso Corazón. Los merecimientos que se logran son muy superiores a los que corresponderían a los simples esfuerzos humanos. En este sentido, por ejemplo, avanzaremos tanto con unos instantes de íntimo silencio ante el Costado del Santísimo expuesto que fácilmente arraigará en nosotros esta devoción tan recomendada por la Iglesia. Más que de imaginar rayos deslumbrantes o trombas de agua que nos anegan, se trata de prepararnos para recibir una efusión benefactora que se ofrece a todos los hombres. Y la activamos, inmersos en el  silencio, con nuestro anhelo de Dios.

Respecto de la preferencia de San Josemaría Escrivá por el Corazón de Jesús, podemos leer una nota de la Navidad de 1931: «Acerca del Amor Misericordioso diré que es una devoción que me roba el alma» [21]. Es la causa de que, entre septiembre de 1931 y marzo de 1932, se conserven apuntes manuscritos que mencionan un mínimo de doce visitas a la Casa del Amor Misericordioso para orar ante su imagen [22], y de que incorporara esta devoción a sus oraciones diarias. Con motivo de los incendios provocados por el odio de algunos, escribió: «Desde que, en aquel día funesto, al oír por teléfono que estaba ardiendo la iglesia de la Flor, fui corriendo a nuestra iglesia del Patronato (de Enfermos, en Madrid), cerré las puertas de la calle, subí al presbiterio, resbalé, cayendo cuan largo soy —me dolió unos días el golpe—, anuncié a los fieles el triste suceso y leí con voz emocionada las Preces del Amor Misericordioso, por la Iglesia y por la Patria; desde entonces, todos los días después del rosario, rezo esas oraciones, convencido de que orar es el único camino de atajar todos estos males que padecemos» [23]. Así anunció san Pedro esta doctrina: «Nos sabemos escogidos según la presciencia de Dios Padre, en la santificación del Espíritu, para la obediencia y la aspersión de la Sangre de Jesucristo» [24].

Algunas personas atraen con rapidez e intensidad ese fulgor misericordioso; es cierto. Pero se trata de un regalo universal: en mayor o menor medida se concede siempre, sobre todo cuando se reclama con deseo auténtico y en completo silencio.

El mismo Jesús insistió en aprovechar este poder anunciado [25] por el profeta Ezequiel para los tiempos mesiánicos que corrían, para que, desde entonces, se ayudara a las almas: «Si alguno tiene sed, venga a mí; y beba quien cree en mí. Como dice la Escritura, de sus entrañas brotarán ríos de agua viva. Se refirió con esto al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en Él» [26]. Y en la conversación con la samaritana: Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: «Dame de beber», tú le habrías pedido a él y él te habría dado agua viva... El agua que yo le daré se hará en él fuente de agua que salta hasta la vida eterna [27]. Este modo de sumergirnos en la Fuente que mana del Costado de Cristo nos dará una intensa percepción de su purificadora presencia. Una limpieza que recoge aún más el alma en su vuelo a los estadios de la etapa contemplativa.



Artículo aconsejado a continuación: Cómo aprender a hablar con Dios en 5 minutos





[1]  San Gregorio Magno, 
In Ezechielem Homiliae II, homilía 5, n. 9, BAC, Madrid 1958, p. 448.

[2] Cit. en A. M. Pérez Oliver, Revista Iris de paz, p. 1, 2007, www.ciudadredonda.org/articulo/el-matrimonio-existe-y-resiste

[3]   Lc 10,39.

[4]  Manglano - de Castro, Orar con T. de C., nn. 55.6 y 58.6, Desclée De Brouwer, Bilbao 2003, pp. 119 y 120.

[5]  P. Silverio de S. Teresa, Obras de s. T., Las Moradas, IV Morada, c. 3, n. 5, 5ª ed., Monte Carmelo, Burgos 1954,p. 572.

[6]  Respecto de los que hacen oración mental desde hace años, pero andan preocupados por la falta de habilidad para discurrir, dice Santa Teresa de Jesús que «en dejando de obrar el entendimiento, no lo pueden sufrir y por ventura entonces engorda la voluntad y toma fuerza, y no lo entienden ellos» (López Navarro, Libro de la vida, II, c. 1-15, Rialp, Neblí, Madrid 1982, p. 29).

[7]  Diario, n. 815, Levántate, Granada 2003, p. 327.

[8]   Lc 1,80.

[9]  S. Josemaría Escrivá, Surco, n. 460, 13ª ed. Rialp, Madrid 1986, p. 213.

[10]  Lam 3,25.

[11]  «La incorruptibilidad otorga el estar cerca de Dios» (Sb 6,19).

[12]  Francisco de Osuna; P. A. Urbina (ed.), Tercer Abecedario Espiritual, I, c. III, Palabra, Madrid 1980, p. 133.

[13]  Jn 20,26.

[14] Á. Rosal - L. González, Juan Pablo II. Orar. Su pensamiento espiritual, Planeta Testimonio, Barcelona 2005, pp. 30 32.

[15]  Sor Emmanuel Maillard, Medjugorje, el triunfo del corazón, 2ª ed. Parangona, Barcelona 2009, p. 69.

[16]  P. Silverio de S. Teresa, Obras de s. T., Las Moradas, IV Morada, c. 1, n. 7, 5ª ed. El Monte Carmelo, Burgos 1954, p. 560.

[17]  Francisco de Osuna; P. A. Urbina (ed.), Tercer Abecedario Espiritual, I, c. III, Palabra, Madrid 1980, p. 131.

[18]  1 Sam 2,3.

[19]  Ex 14,15.

[20]  A. Catalina Emmerich, La Amarga Pasión de Cristo, 3ª ed. Planeta, Barcelona 2005, p. 208.

[21]  Apuntes íntimos, n. 510 25.XII.31, cit. en P. Rodríguez, Camino, edición crítico-histórica, Rialp, Madrid 2002, pp. 804-805.

[22]  Federico Requena, «S. Josemaría Escrivá de B. y la devoción al Amor Misericordioso (1927-1935)», Studia et Documenta, III, EDUSC, Roma 2009, p. 159.

[23]  S. Josemaría Escrivá, Apuntes íntimos, n. 221 10.VIII.31, cit. en P. Rodríguez, Camino, edición crítico-histórica, Rialp, Madrid 2002, pp. 853-854, nota 56.

[24]  1 P 1,2.

[25]  «Rociaré sobre vosotros agua pura y quedaréis purificados de todas vuestras impurezas... Os daré un corazón nuevo y pondré en vuestro interior un espíritu nuevo. Pondré mi espíritu en vuestro interior» (Ez 36,25-28).

[26]   Jn 7,37-40.

[27]   Jn 4,10-15.


4 comentarios:

  1. Hola Francisco.
    Deseo hacer la confesión, pero con el bloqueo mental apenas recuerdo lo que tengo que decir cuando me pongo delante del sacerdote. Por ello te pido que me envíes la confesión que aparece más arriba.
    Gracias

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  2. Conviene decir:
    Ave María Purísima (el sacerdote contestará "sin pecado concebida").
    - Ahora di tus pecados: puedes empezar mencionando cuánto tiempo llevas sin confesarte.
    - Después, el más grave, que suele ser no rezar: estar más de un día sin rezar equivale a perder todas las fuerzas, como pasa con la comida; por eso es el primer y principal mandamiento.
    - Menciona ahora los sacrilegios (pecado gravisimo): las veces que has acudido a comulgar sin estar libre de pecados mortales. También las veces que te has confesado sin decir, premeditadamente, todos los pecados mortales.
    - Diría a continuación los pecados impuros: masturbaciones (hay que decir la cifra y, si no te acuerdas, quedándote por arriba: 2/día, 3… Nunca por debajo). Prostitución, revistas, Internet,... También di los pensamientos sexuales consentidos (di una cifra aproximada pero, si no te acuerdas, siempre por encima de la real).
    - Después, las peleas a golpes, a insultos, las faenas que has hecho a la gente.
    - A continuación, los domingos y fiestas que no has santificado yendo a misa.
    - Robos de más de 10-15 € (menos, son veniales).
    - Decir sin necesidad "Hostia" y palabras religiosas similares.
    Todos estos de arriba suelen ser pecados mortales, salvo atenuantes.

    Si quieres saber más tipos de pecados, insisto en que vayas a la parte de arriba de este mismo artículo: allí hay pegada una lista grande de pecados:

    https://franciscojosecrespo.blogspot.com/2019/04/paz-interior-oracion-de-silencio.html

    Tambien puedes leer esta lista:

    https://opusdei.org/es-es/article/la-confesion-una-guia-breve/#pasosconfesion

    Un cordial saludo

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    1. Hola Francisco.
      Mi problema con los bloqueos se debe al estrés y la ansiedad que sufrí desde mi juventud, ahora tengo 60 años. Los problemas familiares me produjeron muchas depresiones,problemas emocionales y un corazón dañado. INtento hacer oración mental pero no lo consigo. Durante años he hecho Adoración a Jesús Sacramentado, he ido a misa diaria y acudo con mucha frecuencia a la Iglesia pidiéndoles al Señor que me ayude.
      Te pido que lleves mi caso a tu oración mental.
      Gracias y perdona por mi insistencia.

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    2. Hola Miguel Ángel!
      Me he dado cuenta de que no había respondido a tu requerimiento del guión para confesarse bien. Aquí lo tienes:
      https://1.bp.blogspot.com/-K_ZB_aC7o_o/Xz5o5HxnZdI/AAAAAAAAA5Q/WNiqHgGM-FEgYYqwn3vLKMBaxYpydDMSwCLcBGAsYHQ/d/CONFESION%2BPECADOS%2BSACERDOTE%2BRESUMEN.jpg
      Sobre tu pregunta, te digo que el problema que padeces de falta de concentración está generalizado; todo el mundo tiene ese defecto en el mismo momento en que se ponen a hacer oración mental. No se debe a tu infancia sino al pecado original que todos tenemos. Yo mismo lo he sufrido durante muchos años, hasta que le pedí al Señor que me lo solucionase. El resultado es lo que te digo a continuación: escribe. Lleva siempre bolígrafo y bloc de notas a tu oración. Vence la pereza y esfuérzate por redactar con todo detalle las ideas que te vienen. Escribe también tus preguntas a Dios y no solo las respuestas. Y no se te olvide seguir paso a paso este breve resumen de mis vídeos:
      https://franciscojosecrespo.blogspot.com/2020/05/como-aprender-hablar-con-dios-en-5_24.html?m=1
      Un cordial saludo.

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