Estamos ante la característica principal que define esta condición de certeza: la primera idea o moción es la de Dios.
Al mostrar al Señor mi interés por algún asunto, es muy probable que Él actúe para inspirar una sospecha, tal vez un argumento, o quizá me haga caer en la cuenta de un detalle que pasaba inadvertido: esa primera asistencia constituye su valiosa respuesta. Los pensamientos siguientes pueden verse perjudicados de inmediato por las pasiones que suelen aflorar en los diálogos y, de ese modo, romper la protección desplegada por Él. No olvidemos nuestra fragilidad para seguir en recogimiento, el primero de los requisitos expuestos. Además de que cualquier sorpresa fácilmente perturbará la decisión clave que nos mantiene sin interferencias: hacer su Voluntad.
La conversación que entablé con un hombre que está en el paro, y que se dedica en exclusiva al cuidado de sus dos hijos aún pequeños, puede clarificar lo que se ha dicho. También insuflará ánimo en los indecisos, porque el protagonista de esta historia desconocía, hasta este momento, que existiera la oración mental.
Después de unas breves pinceladas, decidió practicarla de inmediato en una capilla cercana. Diez minutos más tarde, con el desencanto en el rostro, manifestó decepcionado:
—Pensaba que había aprendido a oír a Dios, pero ahora mismo estoy seguro de que es todo una farsa. Acabo de preguntarle si quiere que ayude a algún amigo o familiar que esté necesitado. Y la primera idea recibida en mi cabeza ha sido la de enviar unas letras a Jaime, alguien de otro país a quien no veo desde hace más de diez años, y del que no conozco ni su correo. Esto es absurdo.
—Si ése ha sido el primer pensamiento y has cuidado los pasos previos, deberías escribir a Jaime lo antes posible —contesté.
—¡Pero si no sé su dirección ni su e-mail, como te he dicho! Además, con tanto tiempo sin vernos, se ha enfriado mucho la amistad. El Señor no me puede pedir algo así; está claro que son ocurrencias.
Apenas pude exponer algún argumento que le hiciera confiar e ilusionarse con algún tipo de iniciativa. Minutos más tarde, se marchó. Sin embargo, un día después, lo vi exultante:
—Estaba distraído y he abierto la ventana del chat de mi ordenador ¡Yo nunca antes lo había utilizado! Y he descubierto asombradísimo que Jaime aparecía en la casilla de los que trataban de conversar en ese preciso instante. Me decía que tecleaba con disimulo durante una reunión laboral —también él se conectó para distraerse— y que vive en nuestra ciudad; que ya nos veríamos. Solo me dio tiempo a pedirle el e-mail y poco más.
—Si ése ha sido el primer pensamiento y has cuidado los pasos previos, deberías escribir a Jaime lo antes posible —contesté.
—¡Pero si no sé su dirección ni su e-mail, como te he dicho! Además, con tanto tiempo sin vernos, se ha enfriado mucho la amistad. El Señor no me puede pedir algo así; está claro que son ocurrencias.
Apenas pude exponer algún argumento que le hiciera confiar e ilusionarse con algún tipo de iniciativa. Minutos más tarde, se marchó. Sin embargo, un día después, lo vi exultante:
—Estaba distraído y he abierto la ventana del chat de mi ordenador ¡Yo nunca antes lo había utilizado! Y he descubierto asombradísimo que Jaime aparecía en la casilla de los que trataban de conversar en ese preciso instante. Me decía que tecleaba con disimulo durante una reunión laboral —también él se conectó para distraerse— y que vive en nuestra ciudad; que ya nos veríamos. Solo me dio tiempo a pedirle el e-mail y poco más.
Ese hecho "casual" en su vida, fue argumento suficiente para que se volcara en su oración. Desde entonces, ha adquirido una agilidad especial a la hora de departir con el Señor. Y, aunque las tareas de la casa le dejan tiempo libre, no duda en levantarse temprano para dedicar sesenta minutos al coloquio divino. Todas las mañanas, a solas en su dormitorio, se arrodilla y pide luces a Dios, brevemente y con sus palabras. A continuación, toma asiento en el sillón y saca papel y bolígrafo. Le pregunta todo, escribe la primera respuesta y desconfía de las insinuaciones que no hayan venido precedidas de las pautas mencionadas.
Si después del "envía unas letras a Jaime" también hubiera atribuido a Dios los pensamientos posteriores, afectados por el desconcierto y el disgusto, es muy probable que, hoy en día, no invirtiera una hora diaria a la oración. Y es que las pasiones desintegran la burbuja que nos encierra junto a la Trinidad Beatísima. Lo más seguro es que Él siga hablando a nuestro lado, pero aparece el "ruido".
Como es natural, que pueda surgir el alboroto tras la primera respuesta de Dios, no significa que suceda en todas las ocasiones. Lo expresado en este título supone solo una medida de prudencia que se demuestra muy útil en la práctica. Hay gente adelantada que es capaz de diferenciar la voz de Dios de las demás, aun perturbados por fuertes tensiones e impedimentos. Pero incluso ellos mismos no siempre lo consiguen y, lo que es más significativo, no alcanzan plena confianza en todos los mensajes.
Lógicamente, será innecesario recurrir a las dos primeras condiciones de certeza durante cada una de nuestras intervenciones en la mayoría de los asuntos que tratamos en la oración, en especial, si parecen de escasa trascendencia. Pero resulta una medida clave si se van a tomar decisiones importantes de cualquier tipo.
Si el nivel de alboroto interior es poco dominable, si los acontecimientos nos afectan de manera que se vuelve altamente difícil obedecer a Dios, conviene conducirse con prudencia y, tal vez, renunciar a preguntas arriesgadas. En este caso el Espíritu Santo, que lo ve todo, quizá se calle, y será tentador poner en su boca nuestras palabras, como se explica a continuación.
Página sugerida a continuación: Puede que no captemos respuesta alguna
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