Cuando el esfuerzo en la oración mental se reduce a rechazar distracciones, resulta poco eficaz, como se comprueba fácilmente en la práctica. Y es que, en realidad, el devaneo del intelecto no es el veneno que debilita nuestra oración sino, más bien, una consecuencia.
Además, por lo general, es confusa la diferencia entre este tipo de pensamientos que combatimos y los que nos inspira el Señor. Excluirlos por sistema pondría en peligro el fin pretendido: distinguir lo que Él nos dice y amarle.
El recogimiento es algo mucho más profundo y vital para la oración que el exhaustivo alejamiento de las distracciones, y constituye lo que hemos llamado primera condición de certeza. Que se trate al final no significa que sea una cuestión sencilla o desdeñable. San Josemaría Escrivá lo consideraba un paso previo necesario para advertir claramente las ideas y mociones del Espíritu Santo: "Recógete. —Busca a Dios en ti y escúchale [1]. Si no serenamos la voluntad, la potencia ejecutora más importante del hombre, apenas distinguiremos intercambio alguno entre nuestra mente y la Suya; será difícil que percibamos el contacto con lo sobrenatural, en caso de que se dé. Mucho menos, conseguir algún tipo de convencimiento en la comunicación.
Conviene aclarar que, por su carácter predominantemente pasivo respecto a la actividad de alma, por ahora prescindimos de la oración de quietud y de otras más avanzadas, que se agrupan en lo que podemos denominar recogimiento por vía extraordinaria. En ellas, las confidencias divinas producen seguridad sobre su origen, sin especiales precauciones.
Establecidos estos límites, recordemos con brevedad lo concluido hasta ahora. Cuando tratábamos la segunda condición de certeza, dedujimos que para lograr un deseo como el de hacer la Voluntad de Dios, era necesaria la iniciativa y el respaldo de Él mismo. Argumento que aseguraba su concurso también en las respuestas a nuestras preguntas y en la protección durante el diálogo.
No obstante, conferíamos autenticidad a esa tesis si, como vimos, se cumplía la primera condición de certeza: previo recogimiento confiado de cuatro pasiones. Si pretendemos justificar ese enunciado, necesitamos definirlo mejor y recurrir a la cuestión 111 de la parte 1 de la Suma Teológica [2], que matiza en detalle la 105 estudiada antes.
Ambas proposiciones coinciden en reducir a dos los modos posibles de mover la voluntad humana y, por tanto, su entendimiento [3], como hemos visto: interna y externamente. Sin embargo, santo Tomás explica ahora que los ángeles y los hombres sí pueden intervenir en nuestra voluntad mediante este segundo camino, desde fuera de ella. Y lo consiguen con dos tipos de recursos: los que afectan a nuestro intelecto en forma de persuasiones y los que actúan en el apetito sensitivo.
Es decir, aunque solo Dios es capaz de mover internamente mi voluntad a anhelar la Suya, aun cerciorándonos de que nadie más que Él sea el objeto externo de mi deseo como en nuestro caso, esas dos posibles trampas impiden la plena seguridad de que el Señor haya actuado de modo exclusivo. Sin eliminar estos intrusos, podría darse el caso de recibir inspiraciones divinas en mi intelecto entremezcladas con otras cuyo origen fuera de lo más peregrino y nocivo. El Espíritu Santo siempre intervendrá si aseguro una calidad tan elevada en mi deseo, pero en combate con ruidos muy elaborados: el de las voces que coexisten y, utilizando el mismo idioma, resuenan desde fuera en mi entendimiento y voluntad de modo enormemente similar. Fiarse de todas sería una quimera.
Como ya dijimos, es importante aclarar que las pasiones no son perjudiciales a todas horas, ni siquiera en la oración mental. El problema es que suponen un obstáculo no pequeño para lograr certeza en el origen divino de las ideas y mociones.
Esto sugiere la necesidad de conseguir un umbral adecuado de recogimiento, que será aquél que permita controlar aceptablemente las dos ingerencias mencionadas: sobre nuestro intelecto en forma de persuasiones y los influjos exteriores en la voluntad sirviéndose del apetito sensitivo que poseemos. Hemos agrupado a ambas, con poco rigor [4], bajo el título de pasiones. Este nivel de silencio, para nosotros suficiente, es el recogimiento confiado de éstas, en especial de cuatro que después se describirán. Ahora, solo trataremos de exponer y verificar la última afirmación.
Es indudable que existen muchos grados de recogimiento. Entre el que intentamos definir aquí y el que alcanzan nuestras potencias en un éxtasis hay infinidad de escalones. Un nivel suficiente para lograr certeza en la oración es el explicado en estas líneas, que se apoya en la demanda confiada de ayuda a Dios y un rápido repaso de las pasiones principales que se describirán. Si pretendemos contrastar esta consideración, deberíamos expresarla de un modo más preciso. La dividiremos en los dos enunciados que contiene de forma implícita:
Cuando quiera someter mis pasiones para cumplir su Voluntad, lo conseguiré, quizá no de modo perfecto, pero sí suficiente 1) siempre [5] 2) que procure recogerlas con un acto previo de abandono confiado.
Las explicaciones siguientes tal vez resulten arduas. Aun así, aportarán luces sobre el poder del recurso a Dios en algo tan valioso como la concentración de nuestra alma. Estudiemos ambas partes por separado.
Página sugerida a continuación: Recogimiento: Lograré un umbral mínimo siempre (...)
1 Camino, n. 319, 78ª ed. Rialp, Madrid 2004, p. 92.
2 S. TOMÁS DE A., S. Th., I, q. 111, a. 2.
3 "Es evidente que de la voluntad sola depende que alguien piense de hecho alguna cosa" (S. TOMÁS DE A., S. Th, I, q. 57, a. 4, r).
4 "La pasión se halla propiamente donde hay transmutación corporal, la cual ciertamente se encuentra en los actos del apetito sensitivo, y no solo espiritual, como sucede en la aprehensión sensitiva, sino también natural. Ahora bien, en el acto del apetito intelectivo no se requiere transmutación alguna corporal, porque semejante apetito no es potencia de ningún órgano. Por lo cual es evidente que la razón de pasión se halla más propiamente en el acto del apetito sensitivo que del intelectivo" (S. TOMÁS DE A., S. Th., I-II, q. 22, a. 3, r).
5 Este adverbio, utilizado para describir el recogimiento, no contradice la evidencia práctica. Las distracciones no vencidas, la tibieza al desear, el sueño o el desinterés que dificultan a menudo la oración mental, son obstáculos de origen humano permitidos por Dios pero, salvo excepciones, no queridos por Él para esos momentos de intimidad. Encontrarlos en nuestro camino será, aparte de casos extraordinarios más propios de la vía purgativa, muestra clara de que el modo de desenvolvernos en el diálogo divino puede mejorar, pero su existencia es compatible con que el Señor ayude a conseguir siempre un recogimiento suficiente, como veremos.
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