(...) QUE CALME MIS PASIONES CON UN ABANDONO CONFIADO - ORACIÓN PODEROSA: LA ORACIÓN MENTAL, OÍR A DIOS

Oración de la mañana y oración de la noche para oír a Dios con seguridad mediante el recogimiento y la confianza en la Divina Misericordia. Francisco José Crespo Giner, numerario del Opus Dei.

(...) QUE CALME MIS PASIONES CON UN ABANDONO CONFIADO

Oracion mental Padre misericordia confio en ti numerario Opus Dei Crespo



       "Oh Sangre y Agua que brotaste del Corazón de Jesús como una fuente de Misericordia para nosotros, en Ti confío". Bastará con paladear despacio esta jaculatoria para lograr el recogimiento.
      Por confianza entendemos una esperanza firme o seguridad que se tiene en que una persona va a con­ducirse o una cosa va a funcionar como se desea. Es decir, lo propio de la confianza no es solo creer en la Omnipotencia divina, sino estar seguro de que la aplica­rá en mí. El abandono confiado describe, pues, el con­vencimiento de que el poder de Dios me ayudará a dis­minuir una pasión que siento. 
      Cuando los apóstoles navegaban mar adentro por el Lago de Genesaret en plena marejada, observaron ate­rrorizados la silueta de alguien que caminaba por la su­perficie ondulante de las olas, tan grandes, que la barca corría peligro. Los discípulos, viéndole andar sobre el mar, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. "Pero al instante Jesús les habló: 
      —¡Tened confianza, soy yo, no tengáis miedo! — Entonces Pedro le respondió— 
      —Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas. 
      —Ven —le dijo él. Y Pedro se bajó de la barca y comenzó a andar sobre las aguas en dirección a Jesús. Pero al ver que el viento era muy fuerte se atemorizó y, al empezar a hundirse, se puso a gritar: 
      —¡Señor, sálvame! —Al instante Jesús alargó la mano, lo sujetó y le dijo: 
      —Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado? —Y cuando subieron a la barca, se calmó el viento. Los que estaban en la barca le adoraron diciendo: —Verdaderamente eres Hijo de Dios" [1]. 
      Es llamativo que, para combatir el miedo, recomen­dara precisamente el consejo de nuestro capítulo: ¡Tened confianza! Más aún, al reprochar a san Pedro su falta de seguridad en el poder de Dios, no impartía un curso ace­lerado de navegación extrema: su enseñanza iba a dis­frutar de validez en todo contexto y época. En especial, si lo que se pide es algo tan necesario para la oración como lo que pretendemos. 
      Además, este pasaje no narra solo las dificultades atravesadas al obtener una petición. Se trata también de un diálogo entre el hombre y su Señor: "¡Tened confian­za, soy yo! (...) Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti (...). Ven". Oyó la respuesta y podríamos aventurar que se condujo con certeza: deseaba hacer la Voluntad de Dios e incluso logró cierto control de la pasión del mie­do hasta adentrarse en el agua y caminar sobre ella. Se realizó el milagro como fruto de su oración confiada y la actividad extraordinaria del Creador no cesó ni con los pensamientos de alarma acerca de la altura de las olas, ni con el temor inicial por el viento, ni con las más que probables llamadas a la sensatez de sus compañeros, muy parecidas a las persuasiones arriba mencionadas. Sin embargo, bastó otro movimiento interno de mayor entidad para que se rompiera el pacto: la desconfianza: ¿Por qué has dudado? Antes sí había milagro. Segundos después, no. La eficacia sobrenatural quedó anulada me­diante una omisión también invisible: no abandonarse por completo en Dios. Y es que la confianza tiene rango de condición necesaria, no solo conveniente, en el pro­pósito de lograr cualquier don de lo Alto: uno de ellos, el recogimiento adecuado para la oración mental segura
      Puede que, apoyándonos en alguna experiencia ne­gativa, dedujéramos que no siempre se obtiene lo que se pide con confianza. Cuando esto suceda, deberíamos preguntarnos si ha habido consulta previa a Dios so­bre la utilidad de nuestra súplica; así se garantiza que, aquello por lo que se reza, sea ciertamente beneficio­so. Simple precaución que sorprenderá por su eficacia práctica. Además, fijémonos en otra clara enseñanza de Jesús respecto de esta doctrina tan importante: Todo cuanto pidáis con confianza en la oración lo recibiréis [2]. Como es lógico, se refiere a cuanto convenga, pero dice que se concederá todo, no solo algunas cosas. 
      Es cierto que la tradición cristiana ha descrito las condiciones de las plegarias que se conceden [3]. Santo Tomás de Aquino las concretó de manera exhaustiva, no con el fin de matizar las palabras del Señor, sino de explicarlas. Veamos que, en el caso que nos ocupa, si se pide confiando en obtener algo tan bueno y conveniente, se cumplen, de golpe, los requisitos que enumeró este doctor de la Iglesia. 
      Recordemos el enunciado cuya validez estamos comprobando: Cuando quiera controlar mis pasiones con el fin de hacer su Voluntad, lo conseguiré, quizá no de modo perfecto, pero sí suficiente, siempre que procu­re recogerlas con un pensamiento previo de abandono confiado. 
      En él, se verifica: a) Al confiar en que Dios me otorgará un recogimiento suficiente se pide para sí. b) Se solicita algo tan bueno para la salvación como el dominio de las pasiones antes de orar. c) Se hace con piedad, virtud que se practica muy bien cuando confío plenamente. d) Nos entregamos a su Omnipotencia hasta conseguir certeza de que podemos obtener lo que pedimos, algo que entra en la definición de confiar. e) Con humildad porque, in­capaces de recogernos sin ayuda, nos encomendarnos al auxilio del Creador, aunque sin renunciar a nuestro es­fuerzo. f) Con devoción, ya que el abandono en la Suma Bondad la fomenta de modo muy elevado. Queda la condición g) con perseverancia, pero ésta se presupone en el orante, que deberá permanecer en este ejercicio hasta que se le obsequie con un dominio suficiente so­bre sus pasiones. 
      Luego también por el camino descrito observo que nuestro ruego reúne las características necesarias de las súplicas que se conceden. 
      En la proposición tratada no sobran palabras ni conviene cambiarlas. Cuando se afirma que ese tipo de recogimiento es un umbral "suficiente", no se dice "úni­co". Es decir, se admite cualquier otra práctica eficaz, o que Dios regale un control total del alma sin interven­ción del hombre
      El problema de prescindir del abandono confiado estriba en que, sin él, no hemos sabido deducir un me­dio de recogimiento que sea válido siempre. Tengamos en cuenta que el dominio de las pasiones puede volverse difícil en extremo para las solas fuerzas humanas, que no tienen por qué trabajar a pleno rendimiento cuando se necesite. En cambio, un acto de confianza y aban­dono en Dios aplicado a cada pasión que nos perturbe, seguido de un pequeño esfuerzo por aquietarla, resolve­rá el problema; quizá en parte, pero de modo suficiente para distinguir al Señor con seguridad.
      Vista la importancia del término "confiado", cen­trémonos en el "recogimiento". Que sea crucial recu­rrir al Espíritu Santo de manera confiada, no elimina la necesidad de emplear nuestras fuerzas. "¿De qué sir­ve, hermanos míos, —decía el apóstol Santiago— que uno diga tener fe, si no tiene obras? ¿Acaso la fe podrá salvarle?" [4]. Dios no suele prescindir de la participación del alma antes de activar su enorme generosidad.
      Cuando concentramos las propias energías en esta tarea, se favorece maravillosamente que nuestro deseo cobre vida y "obligue" a Jesús a conceder sus reitera­das promesas de acudir: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia —del Justo, Jesucristo— porque quedarán saciados [5]. Si el espíritu humano se esfuerza por permanecer a solas con el Maestro, si manifestamos con obras interiores ese anhelo, nos visitarán sin tar­danza, como ocurrió a María Magdalena gracias a sus lágrimas en el Santo Sepulcro [6].
      Divide y vencerás. Actuemos así contra lo que pue­de interferir en el aislamiento del alma, enfrentémonos por separado a esos ataques inmateriales que pujan por debilitar nuestra voluntad. Y qué mejor sistema que el escogido por santa Teresa de Jesús poco antes de con­seguir sus altas cimas de oración. "Estaba de camino, en Hortigosa, un hermano de mi padre, muy avisado y de grandes virtudes, viudo, a quien también andaba el señor disponiendo para Sí, que en su mayor edad dejó todo lo que tenía y se fue fraile, y acabó de manera que creo que goza de Dios. Quiso que me estuviera con él unos días. Me dio mi tío un libro. Se llama «Tercer Abecedario», que trata de enseñar oración de recogimiento; y aunque ese primer año yo había leído buenos textos (...) no sabía cómo conducirme en la oración, ni cómo recogerme, y así me holgué mucho con este libro, y me determiné a seguir aquel camino con todas mis fuerzas; y como ya el Señor me había dado don de lágrimas y me gustaba leerlo, comencé a buscar ratos de soledad, y a confesar­me a menudo, y a recorrer aquel camino teniendo ese libro por maestro. Su Majestad me regaló muchas mercedes en estos principios de soledad. Aunque no vivía yo tan lejos de ofender a Dios como el libro me decía (...) sí cuidaba de no hacer pecado mortal (...). Pero al fin de ese tiempo que estuve aquí, que fueron casi nueve meses, empezó el Señor a regalarme tanto por este camino, que me ha­cía merced de darme oración de quietud, y alguna vez llegaba a unión, aunque yo no entendía qué era lo uno y lo otro y lo mucho que era de preciar. Pero quedaba con unos efectos tan grandes que, con no tener entonces ni veinte años, parece que traía el mundo debajo de los pies, y así me acuerdo de que tenía lástima de los que lo seguían, aunque fuese en cosas lícitas" [7].
      Si de ese libro estupendo se pudiera seleccionar un párrafo representativo del método de recogimiento allí desarrollado, sería el siguiente: "Así como en el mundo mayor que vemos, hay cuatro partes ya dichas (puntos cardinales), así en el mundo menor, que es el hombre, hay otras cuatro partes principales, de donde como de las anteriores vienen cuatro vientos o cuatro movimien­tos que mueven el mundo menor, y son cuatro pasiones principales que hay en cada uno de los hombres terre­nos, que son tristezas y alegrías, anhelos y temores. Y a estas pasiones se les llama movimientos principales, porque a ellos se reducen todos los otros movimien­tos interiores del hombre, que son muchos, así como a los cuatro vientos principales se reducen casi todos los otros. La causa de que el corazón está tan derramado en tantas afecciones y apetitos, y deseos y cogitaciones y cuidados, es por tener vivas estas cuatro pasiones" [8]. Si actuamos sobre cada una de ellas, lograremos una calma sorprendente en todas las demás.

Página sugerida a continuación: Recogimiento: Tristezas



1      Mt 14, 27-34.
2    Mt 21, 22. Muchas versiones en castellano utilizan la palabra "fe" en lu­gar de "confianza". Sin embargo, esta última traducción es más acorde con el sentido dado al texto canónico griego en la Vulgata: "Et omnia quaecumque petieritis in oratione creyentes (creyendo en la oración), accipietis". También coincide con el significado del versículo concordante de Mc 11, 24: "todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo recibisteis -es decir, confiad- y se os concederá" (Sagrada Biblia, V, Eunsa, Pamplona 2004, p. 322). 
3    Dios, a pesar de todo, escucha la oración del que le ha ofendido si pro­cede de un buen deseo natural, no como si en justicia tuviese obligación de hacerlo, pues no se lo merece el pecador, sino por pura misericordia, con tal de que se cumplan cuatro condiciones: que pida para sí, que pida lo necesario para la salvación y que lo haga con piedad y con perseverancia. La fe, a su vez, nos es necesaria por lo que respecta a Dios, a quien oramos: para que creamos que podemos obtener de él lo que pedimos. La humildad, en cambio, es necesaria por parte de la persona que pide, para hacerle reconocer su indi­gencia. Y necesaria es también la devoción, pero ésta pertenece a la religión, constituyendo el primero de sus actos, necesario para todos los demás" (S. TOMÁS DE A., S. Th., I-II, q. 83, a. 15-16). 
4    St 2, 14. 
5    Mt 5, 6. 
6    Jn 20, 15-16. 
7    LÓPEZ NAVARRO, Libro de su vida, I, c. 4, n. 7, Rialp Neblí, Madrid 1982, pp. 52-53. 
8    FRANCISCO DE OSUNA; P. URBINA, Tercer Abecedario Espiritual, I, c. I, Palabra, Madrid 1980, p. 49.

No hay comentarios:

Publicar un comentario