Hay personas que consideran más práctico el recurso a objetos físicos para hablar con Dios. Es el caso de los que le invocan mientras lanzan dados o encienden velas; y después disponen su conducta según la numeración que salga, o la llama que más dure.
Fue el procedimiento seguido por los apóstoles a fin de conocer la Voluntad divina.
"Presentaron a dos: a José, llamado Barsabás, por sobrenombre Justo, y a Matías. Y oraron así:
—Tú, Señor, que conoces el corazón de todos, muestra a cuál de estos dos has elegido para ocupar el puesto en este ministerio y apostolado, del que desertó Judas para ir a su destino.
Echaron suertes y la suerte recayó sobre Matías, que fue agregado a los once apóstoles" [1].
Es un sistema válido, siempre que no confiemos ciegamente en él. De hecho, la Iglesia pronto dejó de utilizarlo como medio para conocer la Voluntad de Dios. Según hemos visto [2], el fácil acceso de los ángeles a todo lo material es una pauta preestablecida por el Altísimo, similar a las leyes físicas del universo. Por este motivo, entre otros, la actividad diabólica, con frecuencia, logra ser dominante en tantos asuntos perceptibles por los sentidos del hombre. Aspirar a una protección especial de Dios en estas circunstancias, no tiene por qué concederse siempre.
Recordemos que el Creador estableció unos cauces ordinarios de comunicación al dotarnos de alma racional. Abandonarlos es totalmente lícito, pero aporta un factor de riesgo a tener en cuenta.
Un ejemplo sería el de pautas que pasan con rapidez las páginas de un libro espiritual hasta frenar aleatoriamente en un texto, cuyo significado consideran venido del Cielo para la situación concreta del que ora. Hay muchos que alaban su utilidad, innegable en tantas ocasiones, pero en modo alguno deberíamos conjeturar que sea un medio de interpretación siempre válido.
Lo anterior no tiene nada que ver con el hábil recurso a manuales o tratados de oración en los momentos de poca lucidez o de somnolencia, o como recordatorio de algunas ideas clave del diálogo divino que antaño nos llevaron al éxito. Son tácticas propias de verdaderos profesionales de la vida interior. Conocen su utilidad y la aprovechan, pero regresan a su oración mental lo antes posible, sin duda más beneficiosa y querida por Dios. Santa Faustina recogió por escrito las siguientes palabras de nuestro Señor: Cuando contemplas en el fondo de tu corazón lo que te digo, sacas un provecho mucho mayor que si leyeras muchos libros. Oh, si las almas quisieran escuchar Mi voz cuando les hablo en el fondo de sus corazones, en poco tiempo llegarían a la cumbre de la santidad [3].
Fue el procedimiento seguido por los apóstoles a fin de conocer la Voluntad divina.
"Presentaron a dos: a José, llamado Barsabás, por sobrenombre Justo, y a Matías. Y oraron así:
—Tú, Señor, que conoces el corazón de todos, muestra a cuál de estos dos has elegido para ocupar el puesto en este ministerio y apostolado, del que desertó Judas para ir a su destino.
Echaron suertes y la suerte recayó sobre Matías, que fue agregado a los once apóstoles" [1].
Es un sistema válido, siempre que no confiemos ciegamente en él. De hecho, la Iglesia pronto dejó de utilizarlo como medio para conocer la Voluntad de Dios. Según hemos visto [2], el fácil acceso de los ángeles a todo lo material es una pauta preestablecida por el Altísimo, similar a las leyes físicas del universo. Por este motivo, entre otros, la actividad diabólica, con frecuencia, logra ser dominante en tantos asuntos perceptibles por los sentidos del hombre. Aspirar a una protección especial de Dios en estas circunstancias, no tiene por qué concederse siempre.
Recordemos que el Creador estableció unos cauces ordinarios de comunicación al dotarnos de alma racional. Abandonarlos es totalmente lícito, pero aporta un factor de riesgo a tener en cuenta.
Un ejemplo sería el de pautas que pasan con rapidez las páginas de un libro espiritual hasta frenar aleatoriamente en un texto, cuyo significado consideran venido del Cielo para la situación concreta del que ora. Hay muchos que alaban su utilidad, innegable en tantas ocasiones, pero en modo alguno deberíamos conjeturar que sea un medio de interpretación siempre válido.
Lo anterior no tiene nada que ver con el hábil recurso a manuales o tratados de oración en los momentos de poca lucidez o de somnolencia, o como recordatorio de algunas ideas clave del diálogo divino que antaño nos llevaron al éxito. Son tácticas propias de verdaderos profesionales de la vida interior. Conocen su utilidad y la aprovechan, pero regresan a su oración mental lo antes posible, sin duda más beneficiosa y querida por Dios. Santa Faustina recogió por escrito las siguientes palabras de nuestro Señor: Cuando contemplas en el fondo de tu corazón lo que te digo, sacas un provecho mucho mayor que si leyeras muchos libros. Oh, si las almas quisieran escuchar Mi voz cuando les hablo en el fondo de sus corazones, en poco tiempo llegarían a la cumbre de la santidad [3].
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1 Hch 1, 23-26.
2 S. TOMÁS DE A., S. Th., I, q. 111, a. 3.
3 Diario, n. 584, Levántate, Granada 2003, p. 256.
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