PUEDE QUE NO CAPTEMOS RESPUESTA ALGUNA - ORACIÓN PODEROSA: LA ORACIÓN MENTAL, OÍR A DIOS

Oración de la mañana y oración de la noche para oír a Dios con seguridad mediante el recogimiento y la confianza en la Divina Misericordia. Francisco José Crespo Giner, numerario del Opus Dei.

PUEDE QUE NO CAPTEMOS RESPUESTA ALGUNA


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      Es necesario mantener la tranquilidad: con el tiem­po, llegaremos a amar los silencios de Dios. Un error muy frecuente es el de los que se inquietan y tratan de confeccionar ellos mismos la contestación. Está claro que servirá de poco intervenir así, y a veces nos expon­dremos a perder ingenuamente nuestra seguridad de que el Señor nos habla.

      Cuando en el huerto de los Olivos apareció la tur­ba dispuesta a prender al Mesías, los apóstoles le hacen una pregunta que no responde. Como resultado, atolon­dradamente, deciden actuar con violencia suponiendo que esa es la Voluntad de Jesús. "Al ver lo que iba a su­ceder, dijeron:

      —Señor, ¿atacamos con la espada?
      Y uno de ellos hirió al criado del Sumo Sacerdote y le cortó la oreja derecha. Pero Jesús, en respuesta, dijo:
      —¡Dejadlo ya! —y tocándole la oreja, lo curó" [1].

      Seguro que san Pedro se condujo inducido por al­gún tipo de moción. Un impulso que creyó necesario para su Amigo y el avance del Reino. Pero, como se ha dicho antes, la bondad de una idea nunca es argumento suficiente para considerarla de procedencia divina. Es muy probable que se encontrara nervioso, lleno de mie­do y de ira, pasiones que, incluso de modo aislado, difi­cultan en extremo distinguir el deseo de Dios.
      Los que están bien instruidos, en la oración mental, someten a control y reordenan sus afanes con el fin de ejecutar de inmediato los del Creador, según se ha dicho en el capítulo anterior. Si las palabras del Cielo tardan o se produce el silencio, no se inquietan. Simplemente, saben que responderá en otro momento o de manera distinta.
      Recuerdo a un empleado de banca con el que hablé hace años. Disponía de la más envidiable seguridad en su oración mental; he conocido a pocas personas así. Tras la jubilación, decidió preguntar al Señor si debía embarcarse en algún otro tipo de labor profesional no remunerada, o más bien quedarse en casa para asistir a su mujer en las tareas del hogar y en el cuidado de sus nietos, que a menudo le confiaban. No obtuvo respuesta pero, sin dudar, reaccionó con su aplomo espiritual de siempre. Siguió con sus trabajos domésticos. Esa mis­ma mañana, el consejo de administración de su banco le propuso contratar a uno de sus hijos en paro, además de proseguir con su asesoramiento diario.
      El Verbo, como educado interlocutor, no suele ha­cerse esperar. En esas charlas sobrenaturales "no po­cas veces acaso podemos sentir la tentación de pensar que Dios no nos oye o que no nos responde...Nos oye y nos contesta siempre" decía el papa Juan Pablo II [2]. Encomendémonos a nuestros protectores. El recurso a san José, maestro de oración, o a Santa María [3], que tanto y tan bien habló con Jesús, ha afianzado a muchas almas durante estas interrupciones momentáneas.
      Es difícil que el Espíritu de Amor no dialogue con el que acude bien dispuesto. Si persiste en su si­lencio, es señal clara de que deberíamos insistir. En el monte Carmelo, Elías obtiene el retorno del pueblo a la fe gracias a la ayuda de Yahveh, al que suplica así: "Respóndeme, Señor, respóndeme" [4]. El mejor sistema suele ser el característico de los niños: rogar, una y otra vez, que se nos conteste, sin exigir; más bien como el que ronda con una canción compuesta para un ser querido.
      No conviene admitir con rapidez el pensamiento de que se nos castiga por nuestras frecuentes y graves fal­tas; hipótesis que contradice las múltiples invitaciones de Cristo a los pecadores recogidas en el Evangelio. Esa reflexión suele ser fruto de la tristeza, que siempre in­dica falta de recogimiento. Además, resulta interesante observar cómo Yahveh atiende a las palabras de Caín, incluso después de asesinar a su hermano Abel y de aco­ger la condena a subsistir como nómada. "Caín contestó al Señor:
     —Grande es mi culpa para soportarla. Me expulsas hoy de esta tierra; tendré que ocultarme de tu rostro, vivir errante y vagabundo por la tierra, y cualquiera que me encuentre me matará.
       El Señor le dijo:
       —No será así; el que mate a Caín será castigado siete veces.
       Y el Señor puso una marca a Caín para que si al­guien lo encontrara no lo matase" [5].
      Dios no ignora a sus criaturas. Por excepción, Jesús ante Herodes guardó silencio, muestra clara de la gravedad de su pecado pues convivía con la esposa de su hermano. Pero recordemos que la actitud de ese rey se mantuvo curiosa y locuaz [6] durante todo el en­cuentro, sin visos de arrepentimiento. A diferencia de él, otras personas promiscuas del Evangelio, como la Samaritana [7] o la mujer adúltera que los judíos amena­zaban con apedrear, sí oyeron al Mesías, porque reac­cionaron con actos interiores en los momentos clave [8].
      Si dejamos de recibir sus mociones, puede que Dios ya no tenga más que insinuar sobre el asunto tratado; o, tal vez, le gustaría que repasáramos toda la información disponible, en especial, la transmitida por Él en sesiones anteriores. Apliquemos el intelecto, recurramos a los medios ordinarios puestos por la Providencia a nuestro alcance. Seguramente, notaremos, con alegría, que nos hemos conducido de un modo correcto.
      Es poco habitual que la ausencia de respuestas se prolongue. Cuando esto ocurra, analicemos nuestra pre­gunta para huir de la curiosidad y de lo que no conviene, pues nos alejaría de Él. Aunque ciertamente alcanzamos una convicción alta, hay asuntos en los que no debería­mos pretender la infalibilidad por medio de la oración mental, porque acecha el peligro de soberbia. Para solu­cionar el aparente distanciamiento de Dios cuando de­tectamos este riesgo, la clave puede ser la reconducción del diálogo hacia terrenos menos resbaladizos.
     El silencio divino hermético y constante es una prueba más propia de estadios superiores de la oración. Por ejemplo, de almas que reciben abundantes locucio­nes y, sin saber por qué, dejan de notar impresas en su intelecto esas ansiadas palabras. Atraviesan uno de esos momentos de purgación pasiva tan comunes en las per­sonas que hablan con Dios en un nivel avanzado. Es di­fícil que, los que practican una cuidadosa oración men­tal, soporten silencios de esta índole, aunque a todo se llega. Más bien, habrá elegido otro medio de enviarnos su mensaje. De ordinario, el Señor premia con creces tanto la consulta, como la paciencia demostrada al res­petar su aparente frialdad.
       Por este motivo, cuando no detectamos nada, con­viene mantener el tiempo previsto de oración, sin aban­donar a la ligera la pregunta conflictiva. Esta insistencia no desagrada a Jesús, que aconsejó: pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá [9]. Tal vez haya decidido posponer sus argumentos para que logre­mos entenderle mejor. Es la actitud del profesor experto que escoge imágenes al desarrollar su disciplina. Intuye la dificultad de la materia, nos ve excitados y se levanta dispuesto a resolver, sobre la pizarra, la delicada cues­tión llena de matices que necesita aclaraciones prelimi­nares y un considerable esfuerzo de exposición. Durante el periodo de mi vida en que era catequista de chicos de todas las edades, conocí a JL, un joven que notaba un atractivo muy grande a darse por completo, quizá en el sacerdocio, renunciando a todo. Entre otras cosas, a la chica con la que salía desde la adolescencia y que le adoraba. No le dejaba ni a sol ni a sombra. Para ella, no iban a existir más hombres en el mundo, según le decía; incluso le declaró fidelidad total hasta cuando pudieran casarse.
      En su diálogo con Dios, se conducía según los pa­sos explicados, pero tantas veces cuantas preguntaba al Señor por su futuro, recibía el silencio como respuesta. Como suele ocurrir en las decisiones que implican toda una vida, buscaba seguridad, pero la oración no se la daba. Minutos después de terminar uno de esos encuen­tros con el Santísimo, recibió una llamada. Inflexible y cortante, su amiga le dijo que no quería verle más. Por teléfono; sin explicaciones. Tras haber intercambiado, poco tiempo atrás, declaraciones mutuas de compromi­so. Para JL, este acontecimiento era, sin duda alguna, la respuesta que estaba esperando y decidió entregarse a Dios.
      De modo inesperado, unas semanas después, su ex novia le suplicaba bañada en lágrimas que volvieran a quedar para salir juntos. Aunque esta vez no escatimó en explicaciones, la resolución de JL era firme. Mantuvo su pacto sobrenatural demostrando una madurez poco común a esa edad. Son momentos de la vida en los que se intuye la fisonomía que Dios quiere imprimir en el hombre. Con frecuencia, a golpe de cincel. No en vano, el Todopoderoso ha elegido un modo especial, más cla­ro, de transmitirnos lo que conviene hacer. Podríamos preguntarle por el sentido de los acontecimientos y nos confirmaría su finalidad con el esmero habitual que de­muestra a sus íntimos.
 
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1    Lc 22, 49-51.
2    Á. ROSAL-L. GONZÁLEZ, Juan Pablo II. Orar. Su pensamiento espiritual, Planeta+Testimonio, Barcelona 2005, pp. 32 y 33.
3    "Auxilium christianorum! -Auxilio de los cristianos, reza con seguridad la letanía lauretana. ¿Has probado a repetir esa jaculatoria en tus trances difíci­les? Si lo haces con fe, con ternura de hija o de hijo, comprobarás la eficacia de la intercesión de tu Madre Santa María, que te llevará a la victoria" (SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Surco n. 180, 13a ed. Rialp, Madrid 1986, p. 99). 
4    1 R 18, 37. 
5    Gn 4, 13-15. 
6    Lc 23, 9. 
7    "Señor, dame de esa agua, para que no tenga sed" (Jn 4, 15). 
8    El arrepentimiento de la pecadora se deduce de las palabras de Jesús: 
Tampoco yo te condeno; vete y a partir de ahora no peques más (Jn 8, 11). 
9    Lc 11, 9.

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